APNEA #2 Conversación con Ania Nowak
03.01.2015

SFP    Buenas noches, Ania. Mientras escribo esto me doy cuenta de que para tí son buenos días. Lo que parece un preámbulo de saludos íntimos, accesorios y prescindibles para esta conversación, se presenta como una manera de visualizar que, en estos momentos, yo estoy en una parte del mundo y tú estás, literalmente, en la otra parte de este mismo mundo. De mis primeras clases de geografía recuerdo la noción de “antípodas”. Si uno pinchaba el planeta en Galicia usando una aguja gigante, ésta saldría por Nueva Zelanda. Me pregunto si los neozelandeses conocen la existencia de Galicia por esta reciprocidad mutua. ¿Te sientes en las antípodas, que definen un lugar opuesto al territorio en el que uno está? Teniendo en cuenta que en Australia ya es mañana, ¿te sientes en el futuro?

 

AN    Buenas noches, Sonia. Ya es casi mediodía donde estás tú -los alemanes tienen una palabra separada para demarcar esta parte del día en la que ni es por la mañana, ni todavía es mediodía, sino que se trata de una especie de pre-mediodía- y aquí ya es de noche, con toda la carga que la noche implica. Parece que los de aquí se acuestan y se levantan más temprano de lo que estoy acostumbrada al otro lado del globo. Hay varias explicaciones para ello. Una de ellas es simple y dice que es a causa de la cantidad de luz que hay desde las primeras horas de la madrugada; la otra es igual de simple -me la dijo un buen amigo que se marchó de aquí, hace muchos años, hacia Europa Central- y sostiene que es por la condición capitalista de la sociedad neoliberal que produce este horario laboral hiper disciplinado, desde las primeras horas de la mañana hasta la tarde.

 

¿Si me siento en el futuro? Más bien me siento en tiempos paralelos: uno actual, y uno de conexión debido a la costumbre. El primero es del cuerpo, el del  ritmo local, nuevo, apropiado y aprendido a través de superar el jet lag. El segundo es el de mi vida habitual, a 23 horas de vuelo de aquí, en Berlín, Polonia y otros lugares de Europa. Éste me llega en forma de e-mails, pensamientos, conversaciones sobre cómo vivo cuando no vivo aquí. Por cierto, los e-mails, tanto personales, como de trabajo, siempre se acumulan por la mañana. Durante el día apenas recibo nada, pues es el horario de descanso para Europa. Además, como voy diez horas adelantada con respecto a Europa, he notado que -de una forma algo absurda- me siento muy cómoda en el tiempo europeo de trabajo y con las relaciones emotivas a distancia. Como los tiempos de día y de noche no son paralelos  -es más, casi que se cruzan- decir “te escribo mañana” es, de alguna manera, más flexible e indeterminado. This time is more murky and slippery, o quizás es solo una excusa para no querer cumplir con las promesas.

 

Lo que me llamó especial atención en los primeros días, después de llegar a Melbourne, es la rara pesadez del jet lag, una especie de anarquía corporal que no se traduce en órdenes exactamente opuestas (como por ejemplo, querer dormir cuando los demás están despiertos), sino que más bien produce fragmentos inconexos: dormir, estar en vigilia, dormir a medias, estar entre el cansancio y la frustración por no poder encajar los propios horarios en el esquema general local. Sucede que quieres encajar, eres nueva, quieres participar, pero a las 4 de la madrugada, cuando tú no puedes dormir, poca gente participa en algo. Al aterrizar aquí una se da cuenta de que “ha perdido” 10 horas. En Europa sería la 1 de la tarde, pero aqui son las 11 de la noche. Esas 10 horas de en medio se anularon el dia que vine aquí, pero no para mi cuerpo. Mi cuerpo todavía conservaba ese tiempo y funcionaba de acuerdo con el. Un cut-up raro y temporal. Pero ya está: he venido aquí para trabajar sobre la temporalidad (o las temporalidades), quizás contra el tiempo, posiblemente en desacuerdo con el futuro. ¿Qué crees que no pasará mañana?

 

SFP    La descompensación horaria que produce el jet lag me recuerda que los hay de dos tipos, al menos en mi caso. Uno evidente, cuando viajamos hacia un uso horario muy diferente del de nuestro territorio habitual, ganando o perdiendo horas. Se me antoja la situación posible más parecida a lo que sucede en películas como Interstellar, cuando aterrizan en un planeta en el que una hora dentro de él se traduce como varios años en la Tierra, pero sin la presión del tiempo como un tsunami que devora nuestras vidas. Perder unas horas en nuestro reloj es muy diferente a perder varios años. Otro tipo de jet lag, es el emocional, cuando nuestro reloj interno avanza muy lentamente con respecto a nuestros sentimientos a través de algo determinado y, de repente, un día, experimentamos la sensación de haber dado un salto gigante con respecto a eso. Como si aterrizásemos en el futuro de nuestras emociones.

 

Cuando me preguntas “¿Qué crees que no pasará mañana?”, ese “mañana” se convierte en un tiempo múltiple. Cuando leí tu pregunta, mañana era un martes. Cuando escribo esto, mañana es lunes. Puede ser que para tí, mañana fuese un miércoles o sea un martes ahora, pues vives en un tiempo adelantado al mío. Y, sin embargo, mañana siempre es un tiempo suspendido. Mañana siempre es el día siguiente, algo que no puede cumplirse jamás pero que existe como la promesa de un futuro inminente, uno al que sí llegaremos. Creo que mañana el mundo no se terminará y que podremos seguir con esta conversación en diferido. Si pudieses viajar en el tiempo, ¿qué época te gustaría visitar? ¿Existe alguna en especial a la que te gustaría mudarte durante unos años?

 

AN   I’ll respond to this in English, because my first thought when seeing your question happened to be in English. And that first thought was: Japan. When I thought of a different time in which to live, Japan came up; an unknown place turned into some undetermined time frame. I don’t understand why Japan, in particular, occurred to me. Maybe because of the exotifying tendencies, which are so automatic when thinking of many places outside of Europe, the good, old, egocentric Europe. On the other hand, maybe it came up, because I am currently geographically closer to Japan than ever before and I know so little about it that I can comfortably locate a certain repertoire of fantasies surrounding time, especially future time, in the sole image of a country/culture. At the same time, there is something about time, time as thought, which turns it into a destination, an almost tangible location, a place. How else to represent it –to think it– if not through a tangible surrounding of some sort, a particular choice in architecture, design and display.

 

However, if I try to think time as something that marks my everyday and thus organizes my most palpable experience of how time is distributed in the now, then I would like to be sent back to the past, to France in the year 1793, when the republican calendar was implemented to mark the end of the Ancien Régime. I would like to be there just for a while, though, just at very beginning of the experiment of introducing decimal time amid the quotidian experience of revolutionary chaos and terror: the division of the week into 10 days, day into 10 hours, hour into 100 minutes, minute into 100 seconds… I would be curious about this first experience of rewiring; taking time as something contingent as opposed to neutral, fiddling around with our perception of how much time is ‘long time’, how much time is there for labor, how much for rest, etc. Obviously, even nowadays some countries have their own calendars and some civilizations did have their own distinctive take on time as well, but the revolutionary engineering of time in that particular moment of European history seems interesting to me also in a wider frame of full-on, non compromising formats for experimenting with time which emerged back then. An example could be Marquis de Sade’s ex post sexual practices, in which despotic and violent tendencies of the Ancien Régime were brought to life and re-enacted through scenarios of sexual play in bedroom-like settings. In other words, the time of Sadean (or sadistic) practices was ‘new’, as it belonged to the newly introduced order, yet by reviving his status of a cruel despot, member of disempowered aristocracy, through these particular sexual practices, de Sade produced an odd temporal asynchrony. Old time was evoked in Sadean ‘now’, precisely through the ritualised re-enactment of what the revolution sought to eradicate, pushing time forward out of the old regime. Time is never as linear as it seems, I guess.

 

At what point in time would you like to live and how?

 

By the way, es curioso tu planteamiento del jet lag emocional. Suena como un eterno retraso con respecto a lo que una siente que le tocaría sentir o a lo que quisiera sentir. Suena como un healing inesperado de algo que tardamos un montón de tiempo en digerir. Y digerir parece ser un verbo muy adecuado en este caso, ya que en momentos determinados al sentir un dolor relacionado con el pasado o una ansiedad vinculada al futuro, es precisamente mi sistema digestivo la instancia más sensible que me recuerda que sigo viva, pero que también me trae la sensación inaguantable de que dicho momento está estancado y de que el tiempo es jodidamente lento con respecto al deseo. En momentos así, una especie de contracción temporal aprieta el propio cuerpo. Ahora acabo de recordar esta cita de Sans Soleil: “Who says that time heals all wounds? It would be better to say that time heals everything except wounds.” Es curioso, parece decir que nos fiamos demasiado del tiempo…

 

SFP    No creo que el tiempo lo cure todo, aunque me haya autosugestionado con esta frase que esconde una súplica a la paciencia. Si el dolor es impaciente e irrumpe sin perdir permiso en nuestras vidas, ¿por qué ha de ser paciente su cura? El sistema digestivo produce diagnósticos de nuestro sistema emocional. En mi caso, es el estrés el que aterriza en mi estomágo y creo que el estrés está delicada y violentamente relacionado con el tiempo, o más bien con su ausencia. También con nuestra incapacidad para hacer en un plazo de tiempo muy limitado todo aquello que queremos/debemos hacer. Como en el título de Proust, quizás me gustaria un viaje “en busca del tiempo perdido”, para permanecer en suspensión e interrupción. Seguramente me aburriría a las dos horas. Últimamente pienso en que incluso alguien tan lejano al presente como Tomás Moro sufría por la falta de tiempo para escribir Utopía hace 500 años, como cuenta -entre la excusa y la disculpa- en la carta a su editor que acompaña la novela. No he fantaseado tanto con vivir en otra época siendo adulta. He centrado mis energías en intentar agarrar esa materia tan viscosa que es el presente.  Quizás transitaría otras épocas de lejos, como una espectadora de cine o un turista indolente, pero no como una ciudadana del pasado o del futuro con todas sus obligaciones y derechos. Creo que vivir en una época diferente a la propia es una fantasía que no queremos realmente cumplir, al menos en mi caso. Imagina que aterrizo en la Mongolia de Gengis Kan con todas mis proclamas feministas. Lo que parece un chiste esconde una gran tragedia. Y es que para viajar en el tiempo, como para tantas otras cosas, es mejor ser hombre que mujer. Qué injusto, ¿no?  Si pudieses viajar en el tiempo, esta vez hacia delante, ¿qué es lo que te llevarías contigo como regalo para esos seres humanos del futuro?

 

AN    That’s a tricky one. I find it difficult to think in terms of objects. Not because I don’t recognise their importance or because I’d rather be disattached from them, but rather as a result of not quite being able or eager to pay much attention to their characteristics; to give time not only to distinguish, but also to choose one particular thing over another. I think I would prefer to pick a person. Can I parachute a person to the future? But then who could it be? I thought of my mother for a second. Will my mother become outdated enough in the future to give the impression of belonging to a time gone by? Or maybe it shouldn’t be so specific, maybe a woman should be sent to the future. You know, not a girl, but a woman, some sort of generic representation of womanhood as we know it today in Western Europe. What would that mean in practice, though?

 

Who would you send to the future?

 

I agree with you that women don’t exactly have it easy when travelling in time. They seem to be bound to a certain predictable storyline with a foreseeable future, without really having a chance to subvert that altogether with some spectacular gesture out of time. There might still be a chance for extravagance in a girl, but once she hits puberty marked by menstruationthe rite of passage into womanhoodit’s game over. Women have it difficult to defy time in any sense. So manipulating time by freezing it, for example, as Peter Pan would do, in order to embark on a life of fantasy and adventure is obviously a prerogative of boys and boyishness. Can you imagine Peter Pan as a girl? Well, it would have to be a very different story.

 

It’s Christmas Day. After experiencing some bloody scary turbulences over Indonesia, I landed at Doha airport at 6:18am local time, 2:18pm Melbourne time and 4:18am Berlin time. Doha Airport is a marker of time. Steve Jobs could have designed this place. It’s so sleek and efficient with its undulating roof and shapely corridors that people, with their diverse, contrasting idiosyncrasies, seem almost redundant here. A list of connecting destinations at Doha includes: Dubai, Lahore, Phuket, Lagos, Tehran, Tokyo, Khartoum, Nairobi, Kilimanjaro, Muscat, Baku, Larnaca, Kigali, Abu Dhabi, Najaf, Bahrain, Entebbe with an occasional Chicago, London and Moscow. Good to be reminded that there’s more to world than what we’ve already experienced. It’s 20°C outside and a beautiful day in Qatar. In 8 and a half hours it will be winter again in Berlin. I’m slowly approaching our common time. I’m now only 2 hours ahead of you. I just spent 14 hours seated, doing nothing, if we count sleeping and watching a documentary on Japan as nothing. It was mostly sleeping, though. Sleeping and breathing air conditioning in and out. I appreciate this dead time of transit in the wider frame of travelling. Especially when being on a plane where you can’t even occupy yourself with connecting and linking to the world via Internet, so it’s difficult to engage in anything other than your own uncomfortable body and it’s striking inability to endure/ enjoy lack of activity. Something in me doesn’t like travelling. I do enjoy the oblique temporality of the transit, though, once I accepted and let it be. Travelling is romantic, transiting is pragmatic. It’s basic, there’s nothing to embellish here. It’s just enduring time in space. I like to travel long hours, because it suspends the time of producing, providing and promising. In a way in exempts me from my relationship to the every day.

 

From the airport’s waiting lounge I can see a giant Qatar Airlines aircraft with a huge FC Barcelona logo and a sentence saying: A team that unites the world. Well, that’s one big statement on the Arabian Peninsula, isn’t it? Makes me think that the most fitting understanding of this statement is directly linked to the compelling phenomenon you describe in your text on football, techno and hating, where football gives us licence to wilfully and passionately hate individuals who represent teams or nations. Not that it’s not problematic, but the interesting part is that this hating can obviously have a strong therapeutic function. In a wider sense, it can also generate friendship or love. In Chris Kraus’ words: “We were best friends. We hated the same people.” Sometimes I wish girls could hate more openly and be relaxed about it, as opposed to reverting to inefficient forms of passive aggression or simply obedience out of habit or tiredness.

 

But it looks like I have to stop here. It’s my call; end of the stop-over. Go to the gate. Fasten seat belts. All electronic devices must be switched off.

 

SFP    Supongo que un avión es la experiencia más próxima -para el común de los mortales- a estar en una nave espacial, sobre todo cuando son de largo recorrido y alteran unos relojes en peligro de extinción. De hecho, cada vez que aterrizo en un lugar con altas dosis de descompensación horaria, siempre me sorprendo de cómo todos nuestros gadgets adoptan la nueva hora al momento, mientras nosotros le damos la bienvenida al insomnio durante unos días. Steve Jobs es como un dios caído de nuestra época, por lo ubicuo y omnipresente, pero también porque su fuerza disminuye aunque Apple venda más teléfonos que otras compañías.

 

Si te fijas bien, la pregunta incluía un abandono en el futuro de aquello que viajaría contigo. Los regalos que hacemos son una parte de nosotros que decidimos extraviar voluntariamente y con placer. Y que, gracias a una pérdida en forma de donación, recordamos con más fuerza que si se quedasen con nosotros. Si me permites la broma, me imagino que aterrizas con tu madre en el futuro y abandonas a tu madre en el futuro al mismo tiempo que abandonas al futuro con tu madre. Ahora imagino que hago el mismo ejercicio con mi madre y los efectos para el futuro -y para mi madre- serían terriblemente… (desconozco el adjetivo que poner aquí). Me quedaría con ella, desde luego, para no dejarla sola con el shock de lo nuevo. Quizás sería más fuerte mi shock que el suyo, nunca lo sabremos. En otra conversación con Lúa Coderch ella comentaba en relación al esfuerzo innato de proyectarnos hacia delante, que este ejercicio de prolepsis no es individual, que -en su caso, al menos- siempre es “con alguien”. Esto me lleva a pensar en cuando estamos potencialmente más lejos del género, durante la prepubescencia, y nos imaginamos como seremos “de mayores”. Yo siempre avancé en solitario o, al menos, no con una pareja sentimental. A pesar de todas las películas de Disney que consumía, de todos los cuentos de princesas que transpiraba el ecosistema social de entonces, yo me veía incapaz de poner a alguien a mi lado en el futuro. Es más, alardeaba de esta carencia, declarando abiertamente que en el caso de tener un hijo, sería madre soltera sin tener que pasar ni siquiera por un encuentro sexual para ello. Supongo que Pipi Calzaslargas, de quien era fan incondicional, me influyó considerablemente en semejante defensa de una feliz soledad femenina. A poder ser, en una casa un poco más ordenada.  Luego llegó la menstruación y con ella esa mutación involuntaria que nos obliga a tener que convertirnos en mujer, situación en proceso desde entonces. En el momento actual, ya que estamos embarcadas en la misma misión, me iría contigo al futuro, esperando no tener que hacer conexión en ningún aeropuerto higiénicamente multicultural como podría seguir siendo Doha en 2040.

 

Aquí también es Navidad. Debe ser el único momento en el que mundo se pone más o menos de acuerdo en algo, aunque sea para fingir. La mejor definición de este momento del año se la escuché a un amigo hace unos días. Cuando lo pararon por la calle para preguntarle qué significaba, para él, la Navidad, su respuesta fue: el fin del mundo. La navidad es un simulacro del apocalipsis por todo lo que nos obliga a hacer y completar. Pero no tanto por la sensación de final como por la demanda de un principio en el que las promesas atropellan a las expectativas. La Navidad es como un enorme domingo que precede al lunes más largo que existe, aquel que dura 12 meses. Sin tener que atravesar husos horarios como tú, también he tenido mi (sobre)dosis aeroportuaria estos días. De hecho, un mal cálculo de previsiones, me ha obligado a coger dos aviones para realizar un trayecto que normalmente no tiene escalas. Cada vez que piso un aeropuerto la teoría de los no-lugares desfallece, si es que queda algo de ella en pie. Hace mucho que estoy en desacuerdo con los no-lugares porque creo en la capacidad del ser humano para habitar lo inhabitable. Sin embargo, más allá de esta creencia general, los dos aviones que cogí y los tres aeropuertos que transité tenían suficiente información como para que cualquiera que preste atención se de cuenta de que no todos los trayectos son iguales y de que cada aeropuerto tiene mucho de lugar, por sus palpables diferencias humanas a pesar de la homogeneidad arquitectónica en sus recorridos a todas partes pero ninguna.

 

Despegar en Barcelona y aterrizar en Santiago de Compostela via Madrid tiene mucho de viaje en el tiempo para mí. Y no solo porque en Galicia amanece más tarde que en Barcelona, sino porque volver a la ciudad donde uno ha crecido es como rebobinar una película en la que el protagonista padece un brote de amnesia de su propio presente. A ello se une la cuestión de los aviones. El primero se correspondía con un puente aéreo, lo cual se traduce en una pequeña multitud de ejecutivos reunidos, muchos de ellos con gomina -yo creía que la gomina se había quedado en los 90- y enfundados en una apariencia respetable gracias al desfile de trajes, ordenadores portátiles y conversaciones sobre la reducción de impuestos en un inglés con acento castizo. En ese vuelo me di cuenta de que el espacio aéreo es uno de los espacios más masculinos y retrógrados que conozco, especialmente si se trata de un puente aéreo. Volar en Iberia ayuda bastante. Es una compañía que impulsa una idea de país heteronormativo, patriarcal, tradicional y falsamente próspero y amable. El segundo vuelo era un vuelo navideño, informal y animado, feliz y nostálgico a la vez. Ya que estamos con cuestiones de género, yo lo calificaría de matriarcal, no tanto por la cantidad de mujeres en sus asientos, sino por la cantidad de hombres en los que se hace palpable su función de hijos o maridos que vuelven a casa a que su madre o mujer los cuide. A diferencia de otros lugares de la península ibérica, Galicia es una sociedad matriarcal en la que he sentido más el peso de un machismo heterodoxo a través de sus mujeres que de sus hombres. Frecuentemente las mujeres ostentan un poder que no revierte sobre ellas. Ahora recuerdo que me preguntabas si me imagino que Peter Pan es una chica. Desde hace tiempo me ha dado por decir que soy la hermana bastarda de Peter, ya que compartimos apellido y que perfectamente podría ser posible dentro de la lógica cultural habitual el hecho de que tuviese una hermana invisibilizada por el peso de su celebridad, masculina.

 

De todas maneras y ya que estamos en esa temporalidad inapelable de las Navidades, en las se combina una actitud de nostalgia un tanto contradictoria (nostalgia por el pasado y nostalgia por el futuro dentro de un empacho de presente) ¿hay algún deseo para el 2015 que quieras compartir conmigo en esta conversación en la que la meta se ha convertido en desvío, además de conocer en primera persona el futuro inmediato?

 

AN    Creo que no has podido acertar mejor con la paradoja vinculada al concepto de casa: esa nostalgia es siempre bidireccional y comprende tanto el pasado perdido como una especie de angustia por no perder el futuro desconocido. Mi primera casa: Cracovia, Polonia. El tercer mundo de la UE es un territorio inestable y extraño, donde confluye todo lo que ya sé de mi y de lo demás (es decir, lo que sé del mundo, ya sea enorme e inalcanzable, o bien pequeño e inmediato) con todo lo que todavía me queda por saber y experimentar pero que, obviamente, no puedo saber por adelantado. Cada cosa tiene su tiempo, aunque este tiempo no sea más que casualidad. Volver aquí es siempre curioso porque me hace recuperar mi propia lengua de una manera instantánea y automática. Una vez aquí, inmediatamente me veo equipada para participar e intervenir de forma activa en absolutamente todo lo que este lugar produce, a nivel lingüístico. Es un automatismo, un hábito muy profundo que me otorga un nivel de libertad y flexibilidad considerables. Supongo que marcharse de casa frecuentemente implica buscarse una casa nueva en otra(s) lengua(s), además de producir toda una plétora de mix ups y collages sorprendentes, tanto mentales como verbales. Sin embargo, a pesar de estar cómoda en mi lengua —al mismo tiempo que estoy incómoda en este lugar que me pertenece— no puedo dejar de pensar, en paralelo, en otros idiomas que se han ido convirtiendo en “casa” a lo largo de los años. Noto que nunca pienso en polaco en esta conversación que mantenemos.

 

El otro dia, mientras estaba en un café que visito desde hace años, me topé con la siguiente cita: “And the past is interesting because it is always changing, whereas the future (at least the future of the One World of Capital) is boring because it is still-born, dead, never-changing. This past we inhabit is unknown, unmapped, unexplored. Our task constitutes a kind of migration through the fabric of time, in a search for the space we have been denied.”

 

“El futuro no espera”, ¿y el pasado?

 

It makes me wonder if going back in time, understood as rediscovering home, could ever become a sort of sci-fi adventure for us, in spite of what psychoanalysis taught us to believe about our past. It might be that one of the most striking aspects of actually, physically, returning home, is —ironically— the threat home constitutes to the desirable narrative of a malleable and ever-changing self. We are not stable and essential units anymore and thus we can design and reinvent ourselves according to our desires and fantasies. However, when at home, at the first home (assuming that we spent a substantial part of our life in a determinate place), it’s actually much harder to release oneself from the unbearable entanglement in networks of dependency, fatal sense of determination and, derived from it, sensation of confinement. We would like to think that we could be it all, but when we’re here —at home— we can’t help but feel to be so irrevocably from here and thus so horribly like in here. Still, continuously. We embody this place, through gestures, pronunciation, tonality and overall tonus. We suddenly feel so deprived of the future because of that past.

 

But before I get carried away and appropriate the first person plural completely… You asked what I wished for in the new year. I wish us courage. Courage and tenderness, one not without the other.