SFP Algunas veces he afirmado que la imagen que más nos obsesiona es aquella que no podemos llegar a ver. Hay muchas imágenes que nos acompañan por su ausencia. Pienso también en la (no) imagen de la muerte de Osama Bin Laden y en el tsunami mediático que creó esta situación en un mundo hiperdocumentado. I see darkness parte de la imposibilidad de conseguir una imagen, entendida como la captura de aquello “real” o desde la literalidad del índice. Además de esta, ¿existen otras imágenes que no hayas conseguido obtener? ¿Que no exista una fotografía impide que exista una imagen de las cosas?
IL Estoy de acuerdo contigo, porque realizar una imagen de algo supone volverlo representable, legible, entendible. El haber tenido esa foto de Bin Laden hubiera supuesto acabar con la idea de terror. Y esa idea debe permanecer irrepresentable para seguir alimentando un sistema simbólico que genera control. Tanto la imagen como su ausencia son herramientas de control. Cuando fotografiamos algo, lo estamos regularizando. Por eso, cuando Kafka publicó por primera vez La metamorfosis se negó a que el editor incluyera en la cubierta una imagen del insecto. Consideraba que sus palabras generarían en el lector un monstruo mucho más horripilante y que aquella ilustración limitaría y mitigaría el poder de la imaginación.
Por otro lado y respondiendo a tu pregunta, son varias las imágenes que se me han resistido y que, desde su resistencia, me han seducido de una forma compleja, de un modo que está más allá del propio hecho de mirar. Estas imágenes me ha permitido trabajar a partir de emociones como la decepción o la frustración ya que, frente a la satisfacción inmediata que produce consumir una imagen, la incapacidad, el error, lo fallido nos reconectan con otro tipo de experiencias y procesos a partir de los cuales también se pueden construir muchas cosas. A pesar de que el resultado no suela ser complaciente. Este tipo de imagen me ha hecho reconciliarme con lo fallido. Así, mi interés se aproxima más a la idea de obscurecer, sí, de obscurecer las cosas antes que de iluminar nada, que es lo que supuestamente deben hacer las imágenes: iluminar, dar luz, ilustrar. Por eso, estas fotografías que “oscurecen” los significados me resultan fascinantes. Estoy cansada de que todo se deje ver y al mismo tiempo no ser capaz de ver nada.
Desde mi punto de vista, la imagen de las cosas está mucho más allá de su fotografía. Es más, existe una construcción visual previa de las cosas y las experiencias, construida desde las imágenes de los otros. Nuestra imagen de las cosas se encuentra pervertida.
SFP La anécdota de Kafka es muy vigente todavía. SI yo fuera imagen no quisiera terminar nunca en la portada de un libro (risas). Bromas aparte, me has hecho pensar en algo que contaba Gombrich en uno de sus libros al mostrar cómo las imágenes de las ciudades medievales y renacentistas eran, en el fondo, la misma imagen pero con añadidos particulares de cada ciudad. Frente a la verdad figurativa, la imagen funcionaba desde su condición de estereotipo, subrayando cómo no vemos lo que existe sino lo que queremos o necesitamos ver. Esta idea de la funcionalidad de la imagen por encima de sus cualidades representativas se hace más interesante si pensamos en cómo el texto que las acompañaba era imprescindible para completar su significado. A veces tengo la sensación de que el significado de las imágenes siempre está en otra parte, como si el fuera de campo fuese más importante que la propia imagen. ¿Crees que la imagen, a pesar de toda la explosión visual de nuestra cultura, es todavía muy dependiente de la palabra? ¿Cómo ves tú la relación entre imagen y palabra?
IL (Risas) Sí, yo tampoco querría ser portada.
Lo cierto es que esta es una pregunta que me hago constantemente. Creo que no hay una respuesta, tal vez varias. Es como las relaciones de pareja o familiares, nuevas tipologías aparecen o, tal vez, simplemente le hemos puesto nombre a cosas que siempre han estado ahí. Aún así, lo cierto es que las relaciones y los roles cambian; los que existen entre la imagen y el texto también lo hacen. En este sentido, siguen existiendo numerosos documentos y formatos ortodoxos en los que la imagen todavía depende del texto para que este complete y limite su significado. Es una relación jerárquica que todavía no se ha alterado.El problema de las imágenes es que su sentido es tan amplio, son tan polisémicas, que parece que necesitan ser acotadas por la palabra. Sin embargo, existe un fenómeno reciente que se refiere a un cierto grado de emancipación de la imagen. Eso sí, es algo nuevo. Un ejemplo claro es Tumblr. Muchos de ellos recopilan cientos de imágenes sin ninguna referencia textual, sin señalar su autor o procedencia. Esto sería impensable con anterioridad a internet. Para aquellos que no somos nativos puede resultar frustrante, pero para muchos otros no lo es. Consumir imágenes al margen de lo textual les satisface. Esta problemática es la que me dió pie para producir la pieza Semiotic Books for Tumblr Readers. La idea era poner esta cuestión sobre la mesa. Abordar el cambio de paradigma desde otra perspectiva. Tendremos que ver a que nos conduce este solipsismo visual, pero debemos asumir que esta emancipación está sucediendo.
Por otro lado, en lo que respecta a mi relación con ambas, para mí la imagen es como el sexo y las palabras son como el amor. Las primeras me producen una seducción y satisfacción casi inmediatas. Con las segundas es necesario establecer una relación, una intimidad. Las palabras exigen compromiso, ellas te lo exigen. Supongo que para amar a las imágenes es necesario tratarlas como a las palabras, ahondar en su significado, acariciarlas y dedicarles tiempo. La previsualización no puede conducir al amor. Ni tan siquiera al deseo. Pero ese tal vez sea otro problema.
SFP ¿Sabes cuándo descubres una banda nueva y, de repente, empiezas a ver información -imágenes, por supuesto- relacionada con ella por todas partes? Desde hace un tiempo estoy intentando encauzar un proyecto sobre el amor que se me resiste y no hago más que ver referencias en muchos sitios. Tu respuesta ha pasado a formar parte de esas señales que creemos que el mundo emite para nosotros.
Estoy de acuerdo contigo en que el texto es como una correa que sujeta a la imagen, ofreciéndole un perímetro de acción muy limitado. Pensando en internet (yo tampoco soy nativa y siempre creo que mi adaptación al medio es considerablemente lenta) me fascina el poder de circulación de la imagen digital, que es capaz de transitar por diferentes contextos a la vez, adquiriendo significados diferentes. De hecho se me ocurre que una imagen no es tan sólo la imagen fundacional, sino también su tránsito. Y esto me lleva a la huelga de más de 1000 días que llevaste a cabo recientemente. Hace unos días leía un texto de Gustav Metzger en el que este artista proponía un gesto radical a finales de los 70: una huelga general de todos los artistas del mundo durante 3 años. En su caso, él buscaba la transformación radical del sistema. ¿Por qué decidiste tú ponerte en huelga? Se me ocurre que no producir imágenes es (difícilmente) posible. Lo que ya no lo es tanto es impedir su circulación.
IL Me encanta aquel proyecto, pero lo cierto es que a diferencia de Metzger mi huelga no era tan ambiciosa y mi motivación era de un carácter más individual. Además, cuando hablas del “tránsito” me interesa mucho. Sin duda, es algo fundamental y me viene a la cabeza aquel texto de Baudrillard en el que habla de la circulación de las imágenes y donde afirmaba que el mensaje no era el que aparecía en ellas, sino que el mensaje es la circulación en sí misma. Sin duda, esta idea aproxima la imagen a una mercancía ya que ambas comparten la lógica de la distribución.
Por otro lado, al igual que tú, mi adaptación a lo digital ha sido lenta y supuso pasar por diferentes fases. Mi educación fotográfica fue analógica y ortodoxa. Suena a dogma, lo sé. El canon visual estaba perfectamente definido, así como los estándares técnicos y de producción. Sin embargo, con la generalización de lo digital llegó un momento en el que necesité replantearme muchas cosas. La distribución masiva de imágenes me paralizó. Ese tránsito del que hablamos. Era incapaz de seguir produciendo como si nada hubiera ocurrido. La huelga fue algo impulsivo. En un día escribí el texto y retiré todas las imágenes de mi web. A partir de ahí comenzó una etapa de replanteamiento, de reflexión teórica, de experimentación. Lejos de la actualización.Comencé a trabajar con el texto y también con la escultura y el diseño editorial. Me di cuenta de que se podía hablar de la imagen sin realizar fotografías y también de que podía utilizar estas herramientas para evidenciar la imagen como una construcción ideológica. La apropiación también se ha convertido en un recurso fundamental. Se puede hablar a través de las imágenes de los otros. Y, más allá de la posfotografía, me interesa hablar de ese espacio, de ese abismo entre lo digital y lo analógico que afecta a todo y no sólo a la imagen.
Este proceso iconoclasta me ha servido para reconectarme de otro modo con el acto fotográfico. Cuando era una niña me regalaron una cámara de plástico, de juguete, en la que al apretar el disparador aparecía la cara de un payaso impulsada por un muelle. Me fascinaba. Creo que pude tomar unas 5000 fotografías con aquel aparato que sólo asustaba a las cosas y no registraba nada. Con los años he entendido que aquel proceso “fotográfico” ha marcado mi forma de entender la imagen, como algo mucho más experiencial, que va más allá de lo indiciario, del registro. Ahora, tras la huelga, este distanciamiento con la imagen me ha hecho aproximarme de nuevo a la experiencia visual. Así en mi proyecto SD&CF, en el que he “encerrado” en cajas de plexiglás tarjetas de memoria con cientos de imágenes de las que no existe ninguna otra copia, además de las reflexiones que podamos hacer sobre la imagen digital hay mucho de esa parte experiencial de la que te hablo, de esa conexión con las imágenes mentales que todos tenemos, de esa idea del cuerpo y la mente como cámara fotográfica de la que hablaba Belting. En definitiva, de la relación entre imagen y vida.
SFP Esa noción de nuestro cuerpo como máquina fotográfica me recuerda a algo que decía mi madre hace años, “que las fotografías se quedan en la retina”. Aunque ella lo usaba más como una excusa que como un statement ante la pereza que le provocaba tomar fotos durante viajes. Esto era antes de la explosión digital en la sociedad y de la confirmación de ese abismo entre lo analógico y lo digital en nuestras propias vidas. Hace tiempo yo abandoné las redes sociales, no como una huelga personal, sino como una estrategia para no perder tanto tiempo (que no ha servido de mucho, pues uno siempre encuentra sustitutos para la procrastinación) en ellas. Pero paulatinamente me he dado cuenta de que este hecho ha influido considerablemente en cierta pérdida de consciencia de mi propia imagen o en que cada vez tome menos fotos. Sería más correcto decir que tomo fotos que nacen sin una intención de diseminación pública. De hecho, ahora que lo pienso, tomo bastantes fotografías (risas). Sucede que las archivo sin duplicar en carpetas por meses, pero nunca las miro. Como tantos otros, padezco un impulso archivador un tanto incontrolable y sin mucha utilidad práctica.
Esa relación de la imagen con la experiencia me hace pensar también en la inversión de términos entre realidad y representación. Supongo que más de una vez has oído decir a alguien que contempla entusiasmado algo “qué bonito, parece una fotografía”. Como cuando comparamos nuestras vidas con una película gracias a la aparición de acontecimientos extraordinarios. Es la representación la que ayuda a definir la realidad y no al revés. Me fascina cómo la imagen necesita del índice para aparecer, pero a continuación prescinde totalmente de él, adquiriendo una vida propia. Tú hablas de la experiencia de la imagen que no necesita ser registrada, al lado de la experiencia que tenemos de las imágenes que producimos y que se producen en el mundo. Vivimos en un tiempo ansioso de experiencias: cuántas más tenemos, más insatisfactorias parecen, más difícil parece vivir la “real experiencia auténtica de verdad”. Luego volvemos a visitar momentos a través de imágenes en las que nuestra vida siempre parece más interesante de lo que es. Creo que me he puesto un poco fatalista…. (risas) Uno de mis sitios favoritos es una discoteca en Berlín, el famoso Berghain. Más allá de mi pasión por el techno, me gusta por un motivo muy particular: allí dentro no existe imagen. Está prohibido tomar fotos y no hay espejos ni superficies reflectantes. Esto, que parece anecdótico, incide de lleno en el comportamiento de la gente allí dentro. ¿Hay alguna imagen que te gustaría que no existiese o hubiese existido? Por el contrario, ¿existe alguna imagen que te resulte especialmente satisfactoria?
IL Sí, sí, comparto lo que dices y es un problema grave. Finalmente buscamos en la realidad a la imagen y, cuando esta no aparece, nos resulta frustrante. Estamos llenos de prejuicios visuales. Los filtros, el HD y photoshop no ayudan. La realidad está edulcorada. Desde mi punto de vista no es necesario echarle tanta sacarina visual. Personalmente me resulta tremendamente aburrido y ese anhelo constante de resultar los más felices, me entristece.
Por otro lado, han sido varias las imágenes que me han obsesionado. Sin embargo, creo que hay una lo suficientemente ambigua como para desear que no hubiera existido y, al mismo tiempo, resultar de algún modo satisfactoria.Tal vez tú la conserves en tu archivo mental también. Es la que distribuyeron sobre la muerte de Kurt Cobain. En los noventa abracé el grunge como algo que iba más allá de la música. Cuando vi en la portada de un periódico aquella imagen, no podía creerlo. Era absolutamente inespecífica. No contaba nada. En un primer plano aparecían unas hojas movidas. Le daban a la imagen un aire impresionista. La escena parecía irreal. Supongo que la imagen había sido tomada con un tele, desde la distancia. Dentro del encuadre fotográfico había un segundo encuadre, una puerta abierta. Todo aquello resultaba velazqueño. En el suelo se veía a alguien tendido. Supuestamente era Kurt. No podía creerlo. Por el lado izquierdo del marco se dejaba ver un brazo con el puño cerrado y una trozo de pierna. En el pie llevaba una zapatilla converse. Junto al cuerpo había un hombre en cuclillas y otro de pie, de espaldas, a ninguno de los dos se le veía el rostro. El marco de la puerta cortaba ambas cabezas. A un lado, a algo más de un metro del cadáver, una caja abierta componía un bodegón con algunos objetos personales. Aquella foto no enseñaba nada y al mismo tiempo lo decía todo. No parecía suficiente y la necesidad de querer ver algo más me hacía sentir culpable. Con el tiempo me di cuenta de que era la única imagen que debía existir de todo aquello. Hay cosas que sólo deben ser vistas a medias. Y debe existir un espacio para lo irrepresentable, para lo real ( en un sentido lacaniano), para aquello que está más allá del lenguaje. Y de la imagen también. Por eso aquella imagen no debería haber existido y, al mismo tiempo, resolvía su existencia de una forma que podemos llamar satisfactoria.
SFP En alguna parte leí que la fotografía contemporánea producida por aquellos que no somos fotógrafos está continuamente intentando no parecer fotografía digital. Esto se traduce en las “polaroids” que hacen los teléfonos móviles (¿o debería llamarlos cámaras fotográficas de hiperconexión?) o en los numerosos filtros que usamos, como tú bien dices, para parecer más felices de lo que somos a través de la imagen. A veces me sorprendo de la información que es posible extraer de personas que no conocemos a través de las imágenes que cuelgan en internet. De la misma manera me pregunto si todo mi desconcierto ante esta situación me convierte en un retrógrada. Sensación que se diluye un poco cuando pienso en que la mayor parte de personas que conozco y que trabajan con la imagen de manera profesional, no la usan como dispositivo de exhibición personal. No puedo evitar pensar en cómo sería ahora tropezar con esa imagen de Kurt Cobain, en cuál sería su impacto. Yo no la recuerdo (no la he buscado en Google, todavía). Mi adolescencia fue pobre musicalmente hablando. Lo que sí recuerdo es aquella carta de despedida antes de su muerte. Pero tampoco recuerdo bien que decía. Una amiga de entonces estaba tan obsesionada con Kurt Cobain, que acabé cogiéndole manía. Años más tarde, ya en la universidad, me volvería muy fan de Nirvana. Muchas veces llego tarde al pasado reciente, como cuando uno está recortado dentro de una fotografía de grupo, dentro y fuera de un momento a la vez. Por cierto ¿cuál es tu tema preferido de Nirvana?
Hace tiempo comentaba un artista que muchos nativos de internet, casi adolescentes, usaban el teléfono casi exclusivamente para tomarse fotos a ellos mismos. La cámara como espejo y no como ventana al mundo. Supongo que ha llegado el momento de que te haga una pregunta que es todo un clásico y que quizás está desfasada ya y no debería volver a ser preguntada, pero… ¿Cómo se trabaja con la imagen ahora que todo el mundo es fotógrafo? ¿Qué imagen tomar ahora que parece que todo tiene su imagen correspondiente? Se me ocurre que los fotógrafos del futuro podrían dedicarse, precisamente, a no tomar imágenes. La fotografía como gesto iconoclasta es algo de lo que tú has hablado. Creo que la iconoclastia es importante porque cuando rechazamos algo, de manera involuntaria, le estamos dando más valor todavía o somos más conscientes del poder que tiene.
IL ( Risas ) Sí, la verdad es que es una pregunta que es todo un clásico, así que me temo que mi respuesta pueda ser un clásico también. Como sabes, me preocupa especialmente la relación entre texto e imagen y muchas veces tiendo a generar analogías. Cuando los sumerios inventaron la escritura eran pocos los que dominaban aquel código. El proceso de alfabetización fue muy lento, llevó más de 3000 años (aunque todavía hay numerosas comunidades que no saben leer ni escribir). Algo similar ha ocurrido con la fotografía, eran muy pocos los que eran capaces de tomar fotografías en un principio, dominar técnicas como la daguerrotipia o, por ejemplo, el colodión húmedo era algo realmente complejo. Los fotógrafos eran auténticos científicos. En aquel momento hacer permanecer una imagen en un soporte llegaba a tener incluso una dimensión mágica. Sin embargo, al igual que con el lenguaje escrito, su uso se ha ido generalizando. Estamos sufriendo una alfabetización visual, todos somos capaces de tomar fotografías. Recuerdo una campaña publicitaria de Kodak en la que promocionaban su cámara Kodak Vista. Pero, al fin y al cabo, la cámara fotográfica no es más revolucionaria que la máquina de escribir. Pero, al igual que con la escritura, no todos dominamos la retórica ni la lectura visual. Que todos sepamos leer y escribir no nos convierte en escritores. Con la fotografía sucede lo mismo. Que todos podamos capturar imágenes no nos convierte en fotógrafos. Para mí, un fotógrafo o una artista que trabaja con la imagen debe evidenciar la construcción ideológica que se oculta tras las imágenes, más que tomar fotografías.
(Risas) Teniendo en cuenta que según Regreso al futuro ya estamos en él, me siento muy identificada con esa idea. Lo cierto es que casi no tomo fotografías, a pesar de que la imagen me obsesione. Estoy totalmente de acuerdo contigo con esa idea de que la iconoclastia evidencia afectos. Al fin y cabo, no es más que el producto de la respuesta a una relación afectiva y compleja con la imagen. Desde mi práctica, la imagen que persigo es aquella que sea capaz de exhibir una relación diacrónica entre el pasado y el futuro, entre la semiótica y postinternet. Esa imagen que esté a caballo, que sea capaz de viajar en el tiempo, que represente de algún modo esa idea de que “hoy es el mañana que nos prometieron ayer.” Y, para capturar esa imagen que persigo, cualquier herramienta es lícita: un scanner, el móvil, la apropiación, el retoque fotográfico, la distribución. Generar y producir imágenes puede hacerse sin una cámara fotográfica.
SFP Supongo que le pasa más a unas imágenes que a otras esa condición de cápsulas del tiempo que poseen. No sólo por que condensan, más que congelar, un momento histórico o personal, sino porque -como todos los documentos- se dirigen al futuro, a aquel que las encuentre años más tarde y las interprete de nuevo. Decía Boris Groys que el arte tiene una voluntad de futuro consciente: las obras nacen sabiendo que tienen muchas posibilidades de atravesar el tiempo. Las imágenes, aquellas que no están custodiadas por el contexto del arte, me parecen todavía más interesantes a este respecto. Su emplazamiento en el futuro no está tan claro, no pueden anticipar los canales de distribución o los lugares y personas por los que acabarán transitando.
Acabas de mencionar la palabra mágica: post-internet. Sin saber exactamente lo que es -y al decir esto te impulso a que me lo expliques (risas)- siempre me ha hecho mucha gracia esa tiranía del “post” tan característica de la posmodernidad. Y más aún aplicado a algo como internet, que todavía está implosionando en nuestras vidas. Recuerdo el boom de lo digital a finales de los años 90 y principios del siglo XXI en muchos textos, en internet como soporte para prácticas artísticas, en toda aquella euforia de lo virtual que, en el fondo, no era más que una traducción literal de lo que sucedía en el mundo analógico. Como esos recorridos on-line por museos que intentaban reproducir una visita analógica, obviando que el medio es otro y su potencial es diferente. Justo en estos momentos pensaba en una conversación que tuve ayer con un amigo sobre este tema y, al mirar mi cuenta de correo mientras escribo esto, aparece un mail suyo recordándome que en dos días se inaugura el Digital Museum of Digital Art. Me parece muy trans-internet este momento (risas).
Como ya te he dicho, sin saber mucho, entiendo que post-internet es justo lo contrario: la salida del medio y su incorporación al mundo físico de los objetos de arte. Tras la euforia de lo digital y hasta la llegada de eso que llamamos post-internet, parece que el arte volvió a sus cauces habituales, a la tradición conceptual. Si bien asociamos todo lo que se refiere a internet con una condición global, post-internet parece ser algo muy característico del ámbito artístico anglosajón. Yo tropecé conscientemente con post-internet de manera muy clásica y poco original, a través de Ryan Trecartin. ¿Tú?
IL (Risas) . Si, hoy todo es trans….Más trans que post. O yo lo veo así. Por eso he apostado, como sabes, por la transfotografía al margen y junto a la postfotografía. Lo cierto es que, para un profano, todo esto puede llegar a sonar a guasa. O mejor dicho: a postguasa o a transguasa.
Por otro lado, en estos momentos estoy trabajando en un proyecto junto a Pedro Medina en el que precisamente vamos a realizar una publicación digital que aborda la visita a un museo. Esa dualidad entre espacio físico y virtual ofrece muchas posibilidades en un sentido creativo pero, como bien dices, no tiene sentido simplemente trasladar uno a otro. En nuestro proyecto no se trata de evitar el recorrido físico por el espacio. Al contrario, la experiencia física es el punto de partida, los contenidos digitales te acompañan e interfieren en esa experiencia, son una aproximación hermenéutica y afectiva.
Respecto a Post-internet, supongo que fue un término trendy, pero personalmente ya me comienza incluso a resultar obsoleto. Se utilizó para agrupar un movimiento artístico. Esta idea de movimiento puede parecer trasnochada o moderna, pero lo cierto es que sus propios representantes así lo afirman y no se puede negar que existen unas claras nociones, tanto conceptuales como estéticas, que dan una unidad al grupo. Post-internet surgió como una reacción al Net art y entendía que la imagen debe materializarse y salir de lo virtual para objetualizarse y apropiarse del espacio físico. En mi caso llegué a esta corriente a través de Conor Backman, Oliver Laric y Artie Vierkant. Hay una galería en Richmond, en Estados Unidos, conocida como Reference que aglutina a gran parte de estos artistas y de la cual Backman es uno de sus directores. Es un punto de partida interesante para comenzar a investigar sobre el fenómeno. Personalmente lo que más me interesa es el momento en el que surgió este movimiento, un momento en el que internet ya forma parte de nuestro día a día, en el que se integra en nuestra realidad cotidiana como una herramienta más. Lejos de la web 1.0 , en la actualidad nuestra relación con la red ha cambiado sustancialmente. Por eso, en numerosas ocasiones me apropio del término, para hablar de lo que podríamos definir como un momento histórico más allá de un mero movimiento. Es algo así como la diferencia entre Posmodernidad y Posmodernismo. A mí, lo que me interesa, sería La Post-internidad, (risas) pero supongo que es impronunciable. Es decir, lo que sucede en la contemporaneidad una vez que nuestra relación con internet se ha generalizado y ha dejado de ser un fin para convertirse en una herramienta más que se integra en nuestras rutinas con una plena naturalidad (al menos en algunos países, ya que siempre nos olvidamos de otros muchos en los que la red brilla por su ausencia, aumentando las excesivas diferencias entre unos y otros).
SFP Tras leer tu respuesta he buscado en google información sobre “post-internet”. Marisa Olson, una artista que conocerás tú más que yo comenta algo así como que el arte post-internet es aquel que deriva de una utilización de internet. Usas internet y luego haces arte. Yo creo que no hay un antes y un después, una causa y una consecuencia, sino un continuum constante. Ante esta definición, toda la producción artística entra en esa categoría. Y la no artística. Podríamos hablar del amor post-internet incluso (risas) Esto me lleva a pensar en un comentario que leí hace poco de alguien que decía “soy una artista post-internet, posteo cosas en twitter”. Más que una broma, esta afirmación es una declaración del empacho producido por el abuso de un término que no parece tener un significado único o claro. Esto último me gusta, como me gustan las palabras que te obligan a dar muchos rodeos para intentar explicar su significado a alguien que no habla el mismo idioma que tú. Y entonces te das cuenta de que estás usando continuamente palabras que son una aproximación a las cosas y no tanto lo que son las cosas en sí mismas. Palabras que quizás se explican con imágenes y no con más palabras. De hecho, en esa superficial búsqueda que he hecho, comentan en relación a post-internet que no puedes definirlo, que sabes lo que es cuando lo ves. Como sabes lo que es el extrañamiento cuando lo sientes. Supongo que hablar de la imagen tiene algo de esto. Aparece en mi cabeza esa frase que se atribuye a Frank Zappa de que “hablar -o escribir- de música es como bailar sobre arquitectura”.
Se relaciona mucho post-internet con la imagen en arte. Con cosas u objetos que quedarían bien en una pantalla de ordenador. El arte opera siempre en el campo de la representación, como el mundo. Y no hablo de obras, sino de textos, conferencias o la propia presencia. Vivimos en una autorrepresentación constante de nosotros mismos, que no tiene nada que ver con que no seamos auténticos o sinceros cuando lo hacemos. Empiezo a creer que uno de los rasgos fundamentales del ser humano es su (auto)representación. No hay un yo profundo y esencial que existe cuando nadie nos ve o cuando no estamos sujetos a nuestro obligado devenir social. Ahora mismo, mientras estaba escribiendo, teníamos un chat abierto en este documento. Te has ido para darme “mayor intimidad”. Esta es una de las situaciones que permite la tecnología: que tú veas a tiempo “real” cómo escribo, cómo dudo, cómo corrijo, cómo añado, cómo borro y vuelvo a reescribir. Cómo pienso. Esta conversación es un modelo de autorrepresentación también, una imagen que proyectamos y que, al ser puesta en circulación, deja de pertenecernos aunque siga siendo nuestra. ¿Hay algo que te fascine especialmente de internet o, usando tu propio término, de la “post-internetidad”? ¿Algo que te moleste profundamente?
IL He de confesar que verte escribir fue un acto de voyeurismo excitante y mágico. No sabía si tú eras consciente de que yo también tenía abierto aquel google doc y me sentí como usurpando una intimidad realmente profunda. Siempre escribo a solas. Y no se si sería capaz de escribir ni una sola de estas palabras si unos ojos estuvieran escudriñándome mientras lo hago. Y tal vez he dado por supuesto que tú lo haces a solas también. Por eso, tan sólo te observé apenas unos segundos. Pero observé… ( Risas) Fue suficiente para sonreír y sentirme acalorada. Aquella sincronía era casi corpórea. Me hizo ser partícipe de un acto vital tan privado… Algo que sólo pude advertir gracias a nuestra conexión online. Y además, están todos esos kilómetros de por medio. Y frente a ellos, esa proximidad tan íntima, construida tan sólo desde las palabras. Lo nuestro es una relación epistolar ( risas)
Si tuviera que elegir algo que me fascina de la Post-internetidad supongo que sería ese preciso momento, que ejemplifica la aproximación, la instantaneidad de la comunicación, la ruptura de la espacialidad que nos permite estar en todos y en ningún sitio a la vez. Juntos. Esa forma de sentirnos cerca aunque estemos solos. Sí, recordando siempre que estamos solos. Porque la conectividad no debe empañar a la soledad. La soledad nos reconecta con nosotros, con nosotros y con el mundo. Me apasiona la conectividad desde la soledad.
Por otro lado, lo que me molesta profundamente es esa idea de pantalla como superficie. Es tanta la información, que nos cuesta ser selectivos y queremos verlo todo. Todo o casi todo, aunque sea por encima. Lamentablemente la superficialidad no conduce al placer. O por lo menos en mi caso. Necesito profundizar en algo para cogerle afecto o para detestarlo. Lo superficial me conduce al aburrimiento y al vacío. Necesito leer, leer y observar, profundizar en algunas cosas aunque su “precio” temporal me haga dejar al margen las vicisitudes de la actualidad. En lo que se refiere a los tiempos, me cuesta bastante ajustarme a la brevedad que exige la red. Supongo que estoy formateada de esa manera.
Al fin y al cabo, es como este diálogo: sincrónico e interminable ( risas ) En él está tanto la conexión como el placer, al margen del tiempo, de la longitud adecuada para un post, del número de caracteres, del deadline. Mi vida es un constante deadline. Poder hacer algo como esto me hace sentirme dueña del tiempo, al menos del mío, o del nuestro, y esa es una sensación poderosa que no es fácil encontrar bajo las exigencias temporales que han impuesto las nuevas tecnologías.
SFP Hace poco leía Exhausted and Exhuberance de Jan Verwoert, un texto que me pasaron hace mucho y que, como todos esos libros y pdf’s, se acumulan sin que puedas leerlos “ a tiempo”. Los libros, por su fisicidad, al menos te avisan de que están ahí, esperando a que los abras, a que les hagas el caso que prometiste al comprarlos. Los pdf’s están en una carpeta que, en términos psicológicos, ocupa lo mismo, ya contenga ésta dos o doscientos. Lo que más gracia me hace es que muchos nos lamentamos de que ya no leemos. Y, sin embargo, estamos todo el día leyendo. En pantallas. Contradictoriamente, seguimos respondiendo a la pregunta “qué es lo último que has leído” con el título de algún libro, cuando siendo literales, la respuesta tendría que ser otra. Un mail o un mensaje en el teléfono, por ejemplo.
Se dice que somos una cultura visual y yo creo que nunca fuimos tan textuales como ahora. Nunca hemos escrito tanto, nunca hemos leído tanto y nunca hemos jugado tanto con el lenguaje. De hecho, hay una brecha gigante en cómo usamos el lenguaje de manera pública o de manera privada. Yo quisiera ser capaz de escribir algún día de arte en un texto para publicar como escribo de arte (entre otras muchas cosas) en un mail a alguien cercano. Creo que internet ha modificado nuestra relación con el lenguaje de una manera fascinante. Es casi derridiano: tienes que ver, no sólo leer, estos textos para entender cómo funciona su textualidad. No puedes explicarlo con descripciones porque es también muy visual. Sucede que, cuando uno escribe sabiendo (más bien, deseando) que será leído por desconocidos, “se visita solemnemente” , que diría Pessoa, a quien no leo desde hace años para no volver a caer en el desasosiego. Esta conversación es para mí un puente entre esas dos maneras de escribir que tengo, y esto me resulta fascinante porque escribiendo uno construye una imagen de sí mismo hacia el mundo. Una imagen que podemos modificar a través de las palabras que usamos y el modo en el que las usamos.
En ese texto que comentaba más arriba, Jan Verwoert habla de restaurar la dignidad del “no puedo”. Decir que “no” porque hay otras cosas mucho más importantes en nuestras vidas que un trabajo que hace de nosotros una incorporación de las jerarquías de la fábrica. Somos el jefe que explota y el trabajador que es explotado, comentaba Hito Steyerl ayer en un video que usé para dormirme. Me gusta dormirme con conferencias que están en youtube o vimeo. No tanto porque crea que durmiendo seguiré recopilando información -dormir se trata, principalmente de lo opuesto, de desconectar- sino porque me relajan esas voces académicas en otros idiomas. De hecho, Deleuze ha pasado a convertirse en Deleuzzze para mí (risas) El problema aquí es que decir “no puedo” es muy complicado porque básicamente, nos gusta lo que hacemos. Es un bucle, a veces el trabajo te salva de “la vida”, a veces necesitas que “la vida” te salve del trabajo. Supongo que la huelga de Gustav Metzger sería más apropiada ahora que nunca. ¿Cuántos fines de semana consigues tú tener “libres” al año? ¿ Cuántas horas eres capaz de estar desconectada de internet? Y por desconectada me refiero a poder estar fuera de la pantalla sin pensar en ella. Yo vivo dentro de lo digital ansiando el “momento analógico” pero, una vez en el momento analógico, no puedo abandonarme totalmente a él. Internet es una presencia ausente, dentro y fuera de él.
IL Estoy de acuerdo contigo en que el uso de lo textual se ha generalizado. Aunque para mí, lo textual hoy cada vez más se confunde y aproxima al habla. Desde mi punto de vista, más allá de que se haya generalizado el uso del lenguaje escrito, es la oralidad la que se ha textualizado. Y ese es un fenómeno fascinante vinculado, sin duda, a internet y a la tecnología digital. Anteriormente existía una gran diferencia entre el lenguaje oral y escrito, llegando a producirse de forma habitual situaciones de diglosia. Es decir, lugares en los que convivían dos variantes lingüísticas de un mismo idioma: una que provenía del lenguaje escrito y que era utilizada como una lengua vinculada a lo cultural, a lo oficial, con un mayor léxico, lo que la dotaba de una mayor legitimidad discursiva; y una segunda variante, vinculada a la oralidad y cuyo uso quedaba limitado a lo familiar y popular, resultando inadecuado su uso en otros canales o medios. Hoy en día, la diglosia sigue existiendo. Tú has hecho referencia a ese desencuentro entre los usos del lenguaje en la esfera pública y la privada. En un sentido derridiano, esto supondría afirmar que sigue presente esa oposición binaria entre habla y escritura pero, desde mi punto de vista, la oralidad comienza a apropiarse de canales que antes le eran vedados. A través de los mails o los mensajes, tal y como sugerías, hablamos con palabras escritas. Porque al otro lado hay alguien cercano, tal y como tu has afirmado. Y esa idea de cercanía hace que cuando escribimos, en realidad, estemos hablando, susurrando, gritando, sonriendo. Da igual, estamos tratando de mirar a los ojos de nuestro receptor, de comunicarnos también con nuestro cuerpo, de hacer explícita de algún modo, en las palabras, esa cercanía. En este sentido, el uso de emoticonos o el abuso de signos de exclamación o interrogación evidencian como, cuando escribimos, en realidad estamos tratando de hablar, tratando de emular esa dimensión analógica del lenguaje oral. Y con analógica me refiero al sentido semiológico del término, es decir, al tono, al lenguaje gestual, a la proxémica. No hay más que leer a Bécquer para sentirse rodeado de exclamaciones y de ¡Ays! ¡Ohs! y ¡Ahs! Me pregunto qué habría escrito Bequer si hubiese tenido a mano un puñado de emoticonos o de paréntesis tristes y sonrientes : ) Seguro que un nativo se encontraría cómodo leyendo a Bécquer ( risas) Y todo esto puede resulta muy benjaminiano. Porque, lejos de haberse perdido la tradición oral, hoy en día la oralidad está más presente que nunca, aunque paradójicamente es una oralidad textual. Y evidencia, de nuevo, la supremacía del logocentrismo. Porque hoy el habla se ha disfrazado de escritura. Y al fin y al cabo, como afirmaba Barthes, “ El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro” y, gracias a la tecnología digital, hoy frotamos nuestro lenguaje contra los otros más que nunca.
Siento no haber respondido a tu pregunta pero, al igual que para ti, el lenguaje es uno de mis temas predilectos, uno en los que ocupo parte de mis fines de semana. Y creo que eso sí la contesta (risas) Lo cierto es que, para mí, vida y trabajo son un todo. Ahí la oposición binaria ha quedado diluida (risas) Y lo cierto es que sólo descanso generalmente un día de la semana, que suele ser los sábados, cuando no trabajo el fin de semana. A veces necesito hacer un esfuerzo consciente en ese sentido. Respecto a la pantalla, sin duda y como en la de todos internet, tiene un lugar importante en mi vida, pero sí soy capaz de abandonarme y permanecer desconectada. Me gusta conectar con la realidad, para que no me deje de resultar estimulante al no estar retroiluminada. En este sentido practico sencillos ejercicios: cuando voy en transporte público no llevo cascos ni utilizo el móvil. Es increíble darse cuenta de cómo ya no se deja espacio para la espera, para el aburrimiento, que paradójicamente puede ser de lo más productivo. Y si no que se lo digan a Becket o a Harold Schweizar, que ha escrito un fantástico libro sobre el tema. Lo cierto es que esa falta de espacio para la espera me resulta angustiosa en cierto modo. Además, he de confesar que chequeo el correo de forma irregular, sobre todo si estoy trabajando en la tesis o en algún proyecto. El bombardeo de mails es constante y los asuntos pragmáticos acaban con estas otras tareas, más frágiles. Cuando te llega un mail del banco, o de la universidad, todo queda en suspenso, en un segundo lugar. Por eso trato de demorar su lectura en la medida de lo posible. Por último, dedico algún momento del día a mirar. A mirar por la ventana y también a mirar el cielo. El cielo cada día es diferente.
SFP Yo también miro el cielo cada día. Al amanecer, si es que estoy despierta, y al anochecer, si consigo despegarme del ordenador. Y el cielo nos reconecta con la imagen de nuevo (risas). Con una amiga surgió de manera espontánea -convirtiéndose en un hábito inesperado- enviarnos fotos de cielos por teléfono sin apenas palabras de por medio. De hecho, en toda esa economía de la atención que nos envuelve, los mensajes con fotografías son mucho más pacientes que los mensajes de texto. Leyéndote me he dado cuenta de que esa oralidad, fuera del espacio privado de los mails y mensajes, se me resiste. Soy incapaz de poner signos de exclamación y se me hace extraño cuando me los encuentro en alguna novela o artículo. Será que siento que el texto me grita y me duelen los oídos (risas). Los emoticonos -me imagino poemas escritos a base de emoticonos, seguro que ya existen desde hace mucho tiempo- me parecen como una inyección de tono en la textualidad. Por ejemplo, la ironía o el sarcasmo, que se transmiten a través de los significados no verbales de la voz. De hecho, se dan muchos malentendidos a la hora de escribir por este motivo. El texto, que supuestamente nos sirve para pensar mejor y más ordenadamente, consigue todo lo contrario: evidenciar la fragilidad del lenguaje a la hora de expresarnos y los problemas latentes de la comunicación. La ironía que el emisor incorpora en su frase no siempre es comprendida o compartida por el receptor. Y es ahí donde todas esas caricaturas tipográficas funcionan como pequeñas muletas para un texto que, a pesar de la presunta autonomía del lenguaje, está potencialmente cojo. Como también funcionan para decir algo cuando uno no tiene mucho que decir ; )
Con respecto a la necesidad de desconectarnos -que nunca es literal- recuerdo una película de Claude Chabrol, Dr. M, en la que los niveles de estrés de la sociedad distópica que presenta son tan grandes que existe algo así como un “campo de desconexión” que resulta no ser tal sino algo mucho más sibilino. La película es de 1990. Y cuando la vi pensé en algo que había pensado varias veces como negocio: campamentos de desconexión digital en los que no hay acceso a internet ni están permitidos los teléfonos. Se podría llamar “neoludismo metadigital” y poner en práctica lecturas colectivas de Platón, sustituyendo el término caverna por pantalla. ¿Te imaginas a Platón teniendo que usar Tumblr? Pensaba ahora mismo que, no sólo tenemos una relación epistolar, sino que tu presencia es para mí absolutamente textual. Ha sido un ejercicio voluntario, a raíz de esta conversación, el no buscarte en Google. Algo así como una huelga de voyeurismo digital (risas).
IL ( Risas ) Veo que una vez más me he precipitado y no te he dejado acabar, al fin y al cabo esto es un diálogo en todo regla y cada una necesita su espacio, así que me mantengo a la espera, ¡continúa por favor!
SFP Escribí lo anterior justo antes de caer dormida. Y justo en el momento de dormirme, se me ocurría que ya que la ciencia-ficción había aparecido por la conversación -o que yo la hice aparecer, más bien- , me gustaría que nos instalásemos en un futuro posible. Me preguntaba si te atreverías a proyectar el futuro de la “post-internetidad”, anticipar algunas cosas que no han sucedido, que quizás no sucedan, pero que según tu criterio, podrían ser perfectamente plausibles. O totalmente dementes, como prefieras tú. Recuerdo ahora algo que me dijeron el otro día. Y esto es que, dentro de muchos años, los adolescentes del futuro se revelarán contra la hipercomunicación quedando sin cita previa en las plazas o en las calles, abandonandose a la casualidad o la intuición del encuentro, como hacíamos nosotros de niños. Si las proyecciones de futuro de hace años entraban en una apología de los afectos tecnológicos, cada vez es más frecuente pensar desde la otra cara de la moneda dialéctica. Supongo que aquí encajaría esa idea de retroalimentación que puede resumirse en un aforismo que alguna vez escuché: “el pasado es el futuro”. Un ejemplo sería, precisamente, la fotografía digital apropiándose de la estética analógica.
IL Esa frase que comentas me recuerda a otra muy similar de Robert Smithson en la que afirmaba “ El futuro se encuentra perdido en los basureros del pasado no histórico”. Esa idea de desecho como futuro siempre me ha resultado sugerente. También me interesa la idea de la a-historicidad. Al fin y al cabo, nuestro presente es a-histórico.
Por otro lado, cuando pienso en el futuro siento que es esto. Sí. Que ya estamos en él. Nuestro presente es el futuro. Ya están aquí las naves espaciales, los drones, las videoconferencias, los móviles, los wearables, la realidad virtual, las prótesis médicas tecnológicas, los cíborgs, el sexo online. El futuro ya existe, tal vez en un estado embrionario, pero ya está aquí.
Hay una pieza de Victor Burgin de los años setenta en la que, sobre una imagen en blanco y negro de un barrio residencial, se inscribía un texto que finalizaba con una frase en mayúsculas que decía: TODAY IS THE TOMORROW YOU WERE PROMISSED YESTERDAY. En muchas ocasiones recuerdo esa frase. También la comparto en clase, porque es así como me siento, viviendo el mañana que nos prometieron ayer. Viviendo este futuro distópico que difiere de las promesas políticas y se aproxima a las alucinaciones de las películas. Un presente distópico que aún así es habitable. Aunque sea habitable tan sólo a medias. Porque nos ha tocado vivir aquí y ahora. Y cuando toca vivir, se vive. Aunque es fácil decirlo desde aquí. Porque sin duda es más habitable para unos que para otros. El futuro se reparte de forma irregular en el mundo y en otros lugares siguen habitando en lo que un día fue nuestro pasado. Y por eso se emprenden viajes sin retorno. Son viajes al futuro pero a pié, sin naves espaciales. Esos son los verdaderos viajes al futuro.
En lo que a mi respecta, he de confesar que soy una persona arraigada en el presente. No soy nostálgica, no echo en falta el pasado ni habría preferido vivir en otro momento. Y supongo que tampoco soy ninguna visionaria. Pocas veces pienso en el futuro. Gasto mi tiempo en el presente, en tratar de entender algunas cosas. Y siento que eso ya es mucho, demasiado, porque el presente se ha desbordado y es tanta la información que hoy generamos en un día, que es más de la de un siglo de los de antes.
Aún así, puesta a vaticinar, podría lanzar un par de órdagos y decirte que creo que llegará un momento en el que existirán diálogos visuales al margen de las palabras. Sí. Creo que seremos capaces de comunicarnos tan sólo con imágenes. Algo así como lo que hacías con tu amiga con los cielos. Sí. Sólo con imágenes. De una forma silenciosa y ambigua. A través de un canal en lo que lo textual no exista. Aunque conviva en otros medios y plataformas. Aunque es algo que todavía no ha sucedido, la emancipación de lo visual comienza a atisbarse. Por último, respecto al texto, porque al final aquí de lo que hemos hablado aquí es de la imagen y del lenguaje, creo que llegará un momento en el que los malditos textos predictivos se perfeccionarán de una forma tan perversa que todo aquello que queramos decir estará escrito de antemano. Pero por suerte ese futuro todavía no ha llegado y aún parece que somos dueños de nuestras palabras. Al menos, por el momento.