En el imaginario colectivo general todavía pervive una asociación entre arte y pintura. Asociación que se traduce en pensar que todo aquel que es artista es pintor. Dentro del propio contexto artístico, esta asimilación no sólo cada vez es menos frecuente, sino que funciona como un motor de rechazo contra la herencia de una historia del arte construída a través de iconos pictóricos y genios consecutivos. La historia reciente de la pintura puede leerse desde un agotamiento del medio que, al mismo tiempo que propone nuevas perspectivas artísticas, sigue un patrón de progreso asociado a la obsolescencia y el reemplazo de las formas pretéritas. Agotamiento que se traduce en preguntas como ¿qué sentido tiene seguir pintando en la contemporaneidad? o ¿qué puede decirse a través de la pintura en un mundo hipertextual y de múltiples disparos, usando una de las expresiones de Pere Llobera en esta entrevista?
Siguiendo los postulados de Jacques Ranciére que asocian lo político con las formas de disidencia, podría verse la pintura, no como un anacronismo dentro del arte sino como una forma de resistencia dentro de un contexto institucional que practica cierta hostilidad hacia el medio. Ser pintor tiene mala prensa. Pesa sobre la pintura el mito de la bohemia y el estigma del mercado, también de lo decorativo, en un arte que exige legítimamente su contribución en la producción de conocimiento. Una cuestión que podría aparecer aquí es por qué la pintura no parece tener un lugar dentro de las formas de conocimiento que practica el arte. Otra podría ser el intercambiar qué es lo que puede decir la pintura actualmente por qué es lo que nos está diciendo la pintura en el presente. Uno de los proyectos en curso de Pere Llobera consiste en la reescritura pictórica de un cuadro de Van Eyck a lo largo de varios años. Más allá de la evidente noción de homenaje, esta asimilación de una metodología del pasado podría verse como una oposición consciente contra la escasez de tiempo para la producción artística, la actual cultura del proyecto estandarizado y la imposición de una velocidad frenética en la producción cultural y en nuestra experiencia del mundo.
A lo largo de los últimos meses Pere Llobera y yo hemos mantenido varias conversaciones, fruto de encuentros más o menos espontáneos. En todas ellas, también en esta entrevista, la constante ha sido el continuo desvío de temas aparentemente principales que desaparecen a medida que diferentes anécdotas e ideas interconectadas van surgiendo en un proceso comunicativo marcado por la deriva continua. Si bien no llegamos a grabar el final de la entrevista, todavía recuerdo el análisis de Pere Llobera de Las Meninas de Velázquez. Una observación, la suya, radicalmente diferente a muchas de las lecturas que han sido hechas de una de las pinturas más representativas de la Historia del Arte. Comentaba Pere Llobera que Las Meninas es un cuadro falso porque un pintor jamás se posicionaría delante de un lienzo como lo hace Velázquez en su autorretrato más célebre. Un pintor no puede permitirse avanzar y retroceder continuamente para ver aquello que está pintando, algo que se intuye en el making off de ese cuadro de corte que representa Las Meninas y que no llegamos a ver. Más allá de lo anecdótico, este comentario demuestra cómo el análisis del arte frecuentemente excluye la perspectiva de la práctica desde el privilegio de la teoría. La historia del arte, como tantas otras, es una historia higiénica. La historia reciente del arte es, además, una historia sin las manchas de la pintura.