Yo no sé dibujar. Esta afirmación personal, individual y en negativo contradice otra de carácter más general: aquella que asegura que todos somos capaces de dibujar aún y cuándo todavía no seamos capaces de escribir. Dibujar es algo que existe antes que la escritura. Una escritura que no se refiere sólo a aquella manera particular con la que cada uno escribe, sino a un sistema más grande de representación de ideas o conceptos a través de letras o signos. Retrocediendo extraordinariamente en el tiempo, parece ser que el dibujo también precede a la arquitectura, siendo entonces más antiguo que la historia de la humanidad. Las pinturas rupestres no son pinturas: son dibujos. Sucede que para ubicarlas estratégicamente como hito fundacional dentro de una historia que tardaría varios miles de años desde entonces en aparecer –la Historia del Arte-, tiene más autoridad y prestigio definir estas “manifestaciones visuales” como pinturas que como dibujos. Decir pintura es referirse a una obra seria, acabada, completa. La pintura –al igual que la escultura- ha funcionado como un homólogo de la palabra arte, como una parte capaz de representar el todo. Decir dibujo ha sido, durante mucho tiempo, referirse al proceso, al ejercicio preparatorio, al espacio intermedio que existe entre un origen y un resultado.
Cuando digo que no sé dibujar no me refiero simplemente a que pertenezco a ese tipo de personas que no saben qué hacer con un lápiz en la mano. Mi ineptitud para el dibujo va más allá, pudiendo afirmar que no sé relacionarme reflexivamente con el mundo a través de un medio que no sea textual. Salvo contadas excepciones, en la mayor parte de los casos pienso con palabras. O bien reproduciéndolas visualmente sobre una superficie, como ahora, cuando escribo este texto; o bien pronunciándolas dentro de mi imaginación a través de una conversación que procede por el desdoblamiento de quien piensa en dos interlocutores diferenciados. Durante mucho tiempo creí que esta metodología era una regla general del pensamiento humano, hasta que me di cuenta de que otras personas eran capaces de explicarme cosas que pensaban usando tácticas y estrategias diferentes, entre ellas el dibujo. Esto me recuerda una anécdota de John Berger en la que el escritor cuenta cómo al encontrarse con Latife Tekin, una narradora turca con la que no puede comunicarse porque no tienen palabras en común al no tener un idioma que funcione como territorio compartido por ambos, terminan por usar el dibujo para poder relacionarse y así, romper la incomodidad del primer encuentro con un desconocido.
Dice Berger[1] que dibujar es descubrir. Mirar un objeto para diseccionarlo y reconstruirlo en la memoria. El dibujo no sería tanto una herramienta representacional como un mecanismo de descubrimiento del mundo. También dice que los contornos del dibujo no marcan el límite de lo que vemos sino de aquello en lo que se ha convertido lo que vemos. Es por ello que, a diferencia de lo que sucede con la pintura, en el dibujo el espectador es capaz de identificarse con el artista y no tan sólo con lo representado. En la demarcación de esos límites podríamos pensar en la cartografía y sus mapas, en cómo estos, para ser dibujados, necesitan de muchos cuerpos que exploren el territorio durante un período de tiempo prolongado, años incluso. La cartografía tampoco es un sistema de representación del territorio: es un sistema de dominación y control del mundo. La creación de mapas incluye el sometimiento del paisaje a través del dibujo, un dibujo que resuelve la contradicción entre la presencia de un lugar y la ausencia de ese mismo lugar, como explican Bruno Latour y Émilie Hermant[2].
Una pregunta que podríamos hacernos es si tiene sentido seguir pensando el dibujo como algo que aparece tras el contacto entre un papel y un lápiz. ¿Qué significa dibujar hoy día? ¿Se puede dibujar sin lápiz y sin papel? ¿Qué se entiende por dibujo dentro del arte contemporáneo? ¿Dónde está el dibujo en arte cuando, como espectadores, no podemos llegar a verlo? ¿Cuál es la situación del dibujo dentro de las prácticas artísticas contemporáneas? ¿Es posible hablar de dibujo cuando quien habla no sabe dibujar? ¿Dónde está el dibujante cuando dibuja? ¿Por qué se sigue definiendo el dibujo como una técnica y no como un medio? ¿Por qué, si el dibujo es omnipresente, hablamos tan poco de él cuándo hablamos de arte contemporáneo? ¿Por qué, al decir dibujo, parece que pronunciásemos un anacronismo dentro de la contemporaneidad artística? ¿Por qué la mayor parte de nosotros sabemos escribir pero no dibujar?
Recuerdo que durante mi infancia las clases de dibujo me parecían un tormento. Seguramente porque yo misma esperaba saber dibujar de manera satisfactoria antes de aprender a hacerlo. Me frustraba considerablemente el hecho de no imaginar nada que pudiese terminar aterrizando en un dibujo. El mito del artista genio ha contribuido a la propagación de ese lugar común que considera que nuestras capacidades para el dibujo están desde siempre ahí, previas a un nosotros que todavía no existe o que tardará bastantes años en hacerlo. Nunca aprendí a dibujar. Dediqué gran parte de mis esfuerzos intelectuales a aprender cómo usar y abusar del lenguaje, donde los elementos de la estructura estaban predefinidos por esa misma estructura y no me exigían lo que yo consideraba entonces una sobredosis de imaginación. El resultado, además de una pérdida creciente de miedo al lenguaje, fue un extravío de otras maneras de pensar que no estuviesen subordinadas al verbo. A día de hoy todavía me pregunto cómo funcionaría mi pensamiento sino fuese tan textual. O cómo sería un mundo en el que para comunicarnos, en vez de hablar o escribir, tuviésemos que dibujar.
[1] John Berger, Sobre el dibujo, Editorial Gustavo Gili, 2011.
[2] Bruno Latour y Émilie Hermant, “Esas redes que la razón ignora: laboratorios, bibliotecas, colecciones”, Relatos de la posmodernidad,1999.
El texto anterior es un apéndice de Microfísica del dibujo en Espazo Normal (A Coruña), una exposición que parte de una posible pregunta a la hora de aproximarnos al dibujo, un medio sobre el que pesa el estigma de la técnica: ¿cuál es la situación del dibujo dentro de las prácticas artísticas contemporáneas? Y que, en vez, de proponer una respuesta concluyente, traza un recorrido promiscuo e intuitivo a través de trabajos en los que el dibujo, como medio, funciona de manera considerablemente diferente entre ellos. Son los trabajos de Pedro Barateiro, Luz Broto, Antonio Gagliano, David Ferrando Giraut, Françoise Vanneraud y Martín Vitaliti los que han hecho posible este proyecto en el que su propio título se refiere a toda una red de factores que posibilitan, integran y entienden la noción de dibujo en un sentido muy amplio y que dista considerablemente de ser una “marca sobre papel”. Microfísica del dibujo se refiere a un medio que está permanentemente en el mundo, entre las cosas, en los cuerpos que dibujan y en los cuerpos que son dibujados. Es también una apología de una visualidad crítica dentro de un contexto cultural en el que la palabra todavía detenta cierto privilegio cultural.