APNEA #9 Conversación con Ania Nowak
19.09.2017

Melanie Jame Wolf, Matters of Touch

SFP   Me gustaría empezar por donde empiezan tantas cosas y que está en tantos lugares, entre ellos tu práctica artística: el amor. Recuerdo aquí ese breve extracto de una entrevista a Derrida -que ya hemos comentado en otras ocasiones- en la que le preguntan acerca del amor y él, entre contrariado y ofendido, responde contundentemente “No tengo nada que decir sobre el amor” para, inmediatamente después, alegar que es una cuestión demasiado general y abstracta como para poder analizarlo (¿satisfactoriamente?). De cuestiones abstractas y generales está llena la filosofía, pero estas no parecen molestar tanto a Derrida. Sospecho, aunque no sea de buena educación sospechar de los filósofos -especialmente si están muertos- que la incomodidad de Derrida podría derivar de uno de los aspectos más fascinantes del amor. Y este es que da igual lo inteligentes o lo cultos que podamos llegar a ser, es más, da igual cuánto podamos leer sobre el amor, ello no nos convierte en mejores amantes, como tampoco nos hace mejores o más expertos en algo que se resiste a ser un tema, también un concepto. Esta resistencia del amor es también una resistencia a la profesionalización que deriva del estudio de los conceptos por parte de aquel que los analiza. Y al afirmar esto, empiezo a dudar al tener en cuenta que el amor es una cuestión central en tu trabajo y que el trabajo que realizamos -nos guste o no- necesita de un ámbito profesional que lo legitime. ¿Sientes tú esta resistencia del amor a ser conceptualizado? Es más, ahora me doy cuenta de que en todos nuestros e-mails no hemos hablado de cómo empezó todo, de por qué elegiste el amor como eje fundamental de tu práctica -y aquí tenemos que admitir que el concepto de práctica incluye grandes dosis de teoría-.

 

AN   Dear Sonia, I’ll start this reply as a love letter, so that the abstract and the pragmatic can come together accompanied by unexpected yet edited outbursts of emotions, temporally justified truths and nostalgic gestures. We haven’t seen each other for some months, and I apologise if I’ve been evasive since you first approached me with this conversation. It might be apprehension, insecurity or fear of rejection, but it seems so much easier and more straight forward to dance together for countless hours of the night and day than to transpose some of those felt thoughts onto writing. It feels more justified to communicate through those tired, overused bodies —their muscles, moving articulations and challenged jaws— that have raved next to each other for an exaggerated duration of time, than to all of a sudden be so sober (analytical) about my artistic practice. It’s been too long since we last saw each other in person (in body). I miss you or (as Vita Sackvile-West wrote to Virginia Woolf) “I just miss you, in a quite simple desperate human way. You, with all your undumb letters, would never write so elementary a phrase as that; perhaps you wouldn’t even feel it. And yet I believe you’ll be sensible of a little gap”. The fact that most of our relationship is experienced through text is a constant source of bemusement and delight to me. We’re a bit like two sterile lovers who started chatting on tinder one day and then kept delaying the first meeting in real life ad infinitum. But I need to insist for once and thus cry out loud: you have to understand that meeting in text is not the same as in real life, even though the text we constantly produce feels so unabashedly real! Yours forever, A.

I believe we became friends around the time when I started researching on love and by researching I basically mean trusting my intuition whenever it would bump into something related to love. In theory and practice, but first mostly in theory. You are right, however, reading on love, definitely doesn’t make us better lovers. I wonder what would. Knowing more in theory might stifle the practice at times; comprehending some harmful mechanisms especially related to romantic couple love can be literally heart breaking. It was also around that time that I let go of a draining relationship and all of a sudden stopped being a ghost of myself. So the end of that particular love overlapped with a start of an artistic research accumulated in a tumblr, as well as, an every day struggle to understand what Yvonne Reiner’s statement that ‘fellings are facts’ could mean in practice. But maybe we could think about that together while we write this.

Reading your first input of this talk again made me think that love is philosophy’s and, in a way, contemporary art’s embarrassing secret. Derrida’s reaction to the interviewer’s question points to the assumption that there are terrains where speculation is even murkier than usual and expertise unattainable. Of course, this also brings the question of hierarchy and love’s unprivileged position as a subject of research in philosophy or social sciences. I need to say that it’s changing and let Michael Hardt’s, Eva Illouz’ or some affect theory work serve as good examples of that. Nonetheless, there’s also something particular about the who and how of the tendency towards taking love seriously (where serious may embrace playfulness and hesitation, as opposed to giving all the power to assertion). In my case it’s quite explicit, my life and work occur in constant company of women, gay men and other nuanced neither-nor identified persons, and this has formed me for years in a way which distances itself from the mainstream, so-called objective straight male point of view, the habitual point of reference and an authority with a legitimising power in art, theory and everyday life. You do risk not being taken seriously if you follow certain interests, even today. But then again, I like to cheer myself up and practice optimism according to which art tends to be more flexible than academia.

And what about you? You sometimes say that you’re put off by those dynamics of the art world whereby certain themes, which are a reality to some of us —like feminism or collaborative work— are instrumentalized and turned into currently attractive slogans for works, exhibitions and statistics, and that what you’re more interested in is approaching feminist strategies as practical tools for working, living and collaborating. I don’t know enough about curatorship, but I remember your curatorial project around love which didn’t get to be picked up by art institutions. I also remember how upon failing to convince art juries about the importance of love for the programming of their institutions you said you would like to envisage other ways of making this project happen, not necessarily within the predetermined format of an exhibition. Is this something we talked about or am I imagining? Anyway, I seem to have made love into a fetish for the sake of my artistic interests, but given your practice —be it writing, curating, mentoring— are you working with, out of and towards love? Are you a lover and a professional at the same time? What is the relationship between love and work for you?

 

Melanie Jame Wolf, "Matters of Touch"

 

 

SFP   Algo que siempre digo a otros y que tú ya sabes, porque te lo he dicho en varias ocasiones, aún a riesgo de aburrir por la repetición, es que contigo “volví” al feminismo. Y al decir esto, soy consciente de que es una frase con trampa. No creo que sea posible abandonar el feminismo o no relacionarse con él continuamente siendo mujer. Recuerdo aquí una idea de esas de las que uno se arrepiente mucho al cabo de los años, pero que también es una demostración de grandes cambios personales y, como no, políticos. De adolescente yo también pensaba, como desafortunadamente le pasa a muchas mujeres actualmente, que el feminismo era una suerte de machismo inverso. Tampoco sé si el feminismo se descubre o si nos encontramos con él como cuando uno tropieza con alguien que no ve hace mucho tiempo por la calle y siente, con toda la arrogancia del solipsismo, que se había olvidado que esa persona existía en el mundo hasta el encuentro casual. Pero lo que sí es cierto es que, tras conocer un feminismo a la contra -con toda la inteligencia de sus análisis, pero también con toda la toxicidad de los discursos y las actitudes en contra- que provocó una relación muy complicada entre mi propia identidad y la feminidad, nuestra continua correspondencia en torno al amor (entre otras muchas cosas) y con grandes dosis de amor, me hizo sentir que se podían unir feminismo y amor. Y con esto no quiero decir que el amor siempre sea a favor del mismo. Se puede amar a la contra; se puede amar a alguien a pesar de no querer seguir estando enamoradas de esa persona. Amar como una ideología en contra de la propia ideología. Me refiero más a que mi aproximación al feminismo podía ser a favor de ciertas cosas y no sólo en contra de otras. Como la complicada noción de feminidad a la que cada una se enfrenta continuamente o la extraordinaria complicidad que estoy experimentando desde los últimos años con las mujeres que han aparecido en mi vida. Sobre todo cuando cada día sucede algo en nuestra realidad que nos recuerda que somos mujeres y que no es lo mismo que ser hombres. Me gustaría citar aquí a Rosi Braidotti cuando define el feminismo como la “joyfull insurrection”, contrarrestando la negatividad crítica que el pensamiento masculino ha naturalizado con tanta fuerza. Y al mencionar el amor en relación al feminismo no me refiero tanto al amor entre personas como a algo “en un sentido más amplio”.

Esa noción de “amor en un sentido más amplio” es la mayor coordenada para ese proyecto sobre el amor que has hecho aparecer aquí y que ha convivido conmigo en un estado latente, como el éxito y el fracaso.Creo que las dificultades de este proyecto derivan de varios aspectos: que “sentido más amplio” no es una categoría definitoria ni válida intelectualmente en un mundo organizado por taxonomías y objetivos prácticos. Por honesta que sea, no acota la necesaria perspectiva teórica que lo intelectual nos pide. Esta falta de dirección ha provocado una gran inseguridad en mí. Al mismo tiempo, esta desorientación ha sido como un bálsamo con su demanda de paciencia por mi parte. Uno de los grandes enemigos del amor es la falta de paciencia. Otro aspecto está en que la propia palabra “amor” está cargada de connotaciones negativas, incluso para uno mismo. Citando a Michael Hard, Mireia Sallares me decía que para hablar del amor hay mucho contra lo que luchar en contra. Me estoy imaginando que es posible meter al amor dentro de una lavadora para limpiar todas esas capas de clichés y trabajar con él desde un punto de vista satisfactorio, una especie de grado cero. Pero esto sería convertir un sentimiento en concepto, higienizarlo para que no sea tan incómodo. Creo que todos esos clichés en los que nos reconocemos (muy a pesar nuestro) y contra los que luchamos son parte fundamental del amor. Son marcas y huellas de su propia historia, una historia que heredamos y a la que contribuimos en cada activación del amor en nuestras vidas o en las vidas de nuestros amigos. Una historia heterosexual y desde una norma masculina que aparece en nuestros modos de amar. Lo romántico es político y una utopía emocional colectiva, como dice Coral Herrero. ¿Cómo subvertir el amor heterosexual siendo heterosexual, es decir, participando de esa manera concreta de entenderlo y experimentarlo? Nos pasamos media vida dando consejos sobre el amor a otros que nosotros no somos capaces de poner en práctica. Tampoco creo que haya una manera limpia de trabajar con el amor, a pesar de la tercera persona de cirujano intelectual que muchos llevamos dentro y que es producto de la gran ficción que sostiene la interpretación del mundo: la objetividad. Hablar del amor sin la esfera íntima, como propone Michael Hardt, me parece tan sospechoso como imposible. Y, en contra de lo que opina, creo que la fuerza política del amor está en su carácter íntimo. Quizás Michael Hardt, como Zizek o Badiou (algo que siempre remarca Rosi Braidotti) se está olvidando del feminismo, de cosas tan básicas como que lo personal es político. Una de esas frases que, de tan citadas y repetidas, ya no dicen nada.

Sería injusto o parcial decir que mi proyecto -más que un proyecto, en estos momentos es una intención-  no ha sido aceptado por ser un proyecto sobre el amor. Cierto es que a la hora de hablar de sentimientos dentro de un marco institucional como el arte, tenemos que camuflarlos en un lenguaje un tanto ortopédico y posmoderno. Una posible debilidad del proyecto deriva de mi propia vulnerabilidad. Por mucho que las instituciones o los textos de arte hablen desde hace tiempo de la vulnerabilidad, no nos dejan ser vulnerables. Se nos educa para tener posiciones fuertes y seguras ante los demás.  Y mi inseguridad es un factor a tener en cuenta. Aunque no crea en ese sujeto autónomo y último responsable de sí mismo que nos suministra la ideología neoliberal, es un espejo en el que nos miramos frecuentemente. No saber ubicarme, con decisión, en medio de la multiplicidad de opiniones, análisis e interpretaciones sobre el amor ha contribuido a una forma involuntaria de auto-descrédito que me ha hecho ausentarme de este proyecto. O de su deseo. Pero, al mismo tiempo, me ha hecho pensar en que mi relación con él es considerablemente amorosa por esa incertidumbre constante y la falta de un propósito o meta final más allá del querer hacer algo, sin objetivos marcados ni la posibilidad efectiva de decir algo nuevo o diferente. Cada vez que me enamoro quisiera que hubiese otra manera de decir “te quiero” para marcar una diferencia con cada persona, sabiendo que esto es un efecto del amor romántico y su demanda de que sea siempre único, inimitable y excepcional. Creo que intento establecer una relación amorosa con casi todo lo que hago. Esto implica que muchos otros afectos, no siempre positivos o agradables, surgen también, por ejemplo el desasosiego o la ira. El amor aparece en cosas tan rutinarias o aparentemente banales como preparar el desayuno cada mañana, ir en bici, en las tabletas de chocolate del supermercado o escribir y responder mails a personas con las que no tengo un vínculo afectivo o una relación íntima. También en la escritura o la práctica comisarial, que quizás podría ser entendida como una relación poliamorosa (risas) que incluye sentimientos muy contradictorios. En todo caso, si trabajo amorosamente no es algo que puedo afirmar tanto yo, sino aquellos con los que he trabajado o me conocen. Tampoco puedo afirmar si alguien me quiere o simplemente le caigo bien o mal si no me lo ha dicho antes a mí. Y esto me traslada de nuevo a aquella conversación con Mireia Sallares en la que comenta que el amor, para poder existir, ha de ser dicho, enunciado. ¿Crees tú en esta dependencia del amor con respecto a la palabra o la gestualidad? ¿Es el amor una demostración de sí mismo, algo que sólo existe mediante una activación continua? Un cuchillo dentro de un cajón, sin ser utilizado, sigue siendo un cuchillo. ¿Puede el amor sobrevivir encerrado, dentro de un cajón y sin ser utilizado? Y esto me lleva a tí, de nuevo, que hablas del amor como una herramienta de -o para el- conocimiento. Normalmente las herramientas se acompañan de un manual de instrucciones para activar su funcionamiento. No creo que sea el caso del amor ¿Qué tipo de conocimientos es capaz de producir el amor? ¿Qué te ha hecho conocer a tí que de otro modo no hubieses conocido?

 

AN   What have I learned through love that I wouldn’t have learned otherwise? My first impulse is to respond that loving has made me realise that being incoherent, both emotionally and intellectually, is okay, really. I guess, in a wider sense, one could gain that insight by simply being in the world, but I think that accepting that sometimes there is no other way than to be an incoherent mess of thoughts, opinions, sensations and emotions is a realization we often draw directly from love related experiences. We are shaken as we  embrace the euphoria and the agony of things slipping out of our cognitive control. We notice that we practice double standards. Contradictory feelings and tricky affective states that different kinds of love bring upon us produce confusion, effect our bodies and, as we learn through time, are precious yet repetitive. I asked my good friend Martin Hansen what he learned through love and he said that it had made him realise the existence of certain myths and thus love’s unsustainability through time. I think he was referring to romantic love and if that is the case, I’d add that love has and still is teaching me things about my body and intimacy with other bodies. Of course you can have intense bodily experiences outside of love; also outside of sex, but I think the way we experience touch, physical closeness, surrender when we frame them as love transforms the experience, regardless of whether this love lasts years, months or is an ephemeral, one off experience. Put in simpler terms; good kissing, spooning, fisting, fucking is felt differently when it is done to and received from someone, either in singular or plural, of whom we think amorously.

I remember that once in a grant application I made a romantic statement that both dance and love are practices of improvisation, empathy and meaning making. As cheesy as it sounds, I would still make a point out of emphasising the improvisational aspects of love. And by improvisation I mean the practice of understanding / sensing the physical or affective space in which situations between people and their felt states take place and moving / acting within that space. Improvisation is not random; rather it can be perceived as a kind of training. The thing is that it’s not the same for everyone, at the same time as it is inscribed in a series of repetitive patterns and their respective variations, be it hetero- or homonormative couple love, maternal/ parent love, love of the nation, etcetera. More pluralistic scenarios, like polyamory, are clearly also subject to a re/production of patterns. Certain motifs are sampled and looped incessantly, like in love songs.

When I say that love is a strategy for generating knowledge I think I refer to forms of fragile knowledge which derive from felt and sensed experience and which are sometimes overlooked and disregarded as being private and unreliable, or identitarian, feminine, feminist, marginal, peripheral. When I say fragile I don’t mean to undermine this knowledge with regards to strong, mind-based forms of thinking and understanding. I would generally rather shy away from the body-mind dichotomy and I think that posing love as a problem and not as an inexplicable phenomenon; as a strategy for knowing and not knowing can be a way of bypassing this binary both practically and theoretically. The problem with love in the way I try to approach it is that —as you point out— it’s difficult to carry out a so-called serious research, if you don’t define its object with a rather high level of precision. I seem to be avoiding it; instead I trust that expanding the love field and approaching it through the situated and the messy is more productive, or if not productive, than exciting. Spinoza says that love is joy with the recognition of an external cause and joy is the increase of our power to think and act. I appreciate this definition, it’s quotidian and simple. It gestures towards love’s inextricable connection to the relational and the byproducts of this relationality: knowledge of the other(s), care, generosity, transformation, at the same time as, conflict, possessiveness, fear of others, on both personal and wider social level.

You’re asking about the declaration of love as a prerequisite for its existence and I instantly have to think of my mother and that it must have been years since I last told her that I love her. It’s strange, even though we have a good and rather close relationship, I feel awkward or vulnerable when I imagine myself saying it to her today. I don’t know if love is necessarily produced or reaffirmed through a declaration, or rather, a declaration as opposed to an action. However I do believe, following bell hooks, that love is a verb, as well as a noun, that it’s a practice. I’m not sure if I’m optimistic enough to draw on this practice to envisage ways of making this world a better place, though (as hooks seems to be doing).

Love is surely also a thing of language and I think that declaring love —repeating the declaration in time— functions as a renewal. Maggie Nelson puts it beautifully in “The Argonauts”, quoting a passage from Barthes in which he compares a person saying “I Love You” to one of the Argonauts who repairs and thus renews his ship while sailing. Barthes says that “the very task of love and of language is to give to one and the same phrase inflections which will be forever new.” I wonder how the ‘forever new’ transforms through time. I’m always curious about how repetition produces change, if and how it informs the habitual.

How do you think is love linked to duration? Regarding coupledom, it seems that it is becoming increasingly difficult to sustain a love relationship as the sole notion of a relationship is undergoing transformation. Meeting new people is a whole other story nowadays in comparison to, say, 10 years ago. Dating and intimacy are mediated through technology which produces, even more than before, essentially text based expressions of attraction and desire. Chatting, texting, sexting, declaring without actually being in the presence of the addressed person is the new intimacy. Funnily enough, it is also how you and I communicate. Some time ago you wrote me in an email that I was your friend and that you loved me, to which I typed back my declaration of love for you. I know you don’t participate in much social media, but what do you make out of all that? And reiterating your great yet difficult question to me: what have you learned through loving that you wouldn’t have learned otherwise?

 

Melanie Jame Wolf, Matters of Touch

 

 

SFP   Cuando decía que el amor, para existir debe ser pronunciado, quizás no estaba teniendo en cuenta la continua, redundante y ansiosa obligación de manifestar amor en nuestro presente. Podría decir que durante un día en las redes sociales uno ve más corazones -el símbolo del amor, estemos de acuerdo con esto o no- de los que ha visto en diez años antes de que fuésemos emocionalmente digitales. Pero creo que en las redes sociales no se trata tanto -o no siempre- de una manifestación de amor como de una adulación de unos a otros que repercute en nuestro ego de manera positiva cuando existe y de manera negativa cuando no. Cuando estaba en Facebook recuerdo un cumpleaños en el que nadie me felicitaba. Y nadie lo hacía porque mi fecha de nacimiento no estaba abierta al público, así que la hice pública porque de repente sentí la necesidad de ser felicitada. ¿Es la felicitación lo que determina el cumpleaños y no solamente el día de nacimiento? Creo que esto también puede aplicarse al amor y su enunciación. Tanto por las dos (¿o más?) personas que están implicadas en una relación como por las personas cercanas a ellas, pero también por aquellos que apenas nos conocen y para los cuales nuestro amor puede ser apenas un comentario en una conversación. Si alguien se refiere a mí como “la amiga de Ania”, está reafirmando nuestro vínculo sin la necesidad de una acción directa por nuestra parte. Pero, sin duda, donde más se percibe la necesidad de reconocimiento social del amor es en situaciones de infidelidad. Aquí, el malestar no deriva de la falta de amor o de su praxis diaria, sino del reconocimiento público -y, en consecuencia, hacia uno mismo- de que ese amor existe.

Pero también es cierto que el hecho de estar hiperconectados con personas cercanas hace que el cuidado se convierta en parte del estrés cotidiano. En una época en la que el tiempo es un bien escaso -que, no obstante malgastamos- ¿de dónde sacar tiempo y energías para cuidar a ese otro tan plural? Y es aquí donde el cuidado se desvincula del deseo de cuidar, cuando se convierte en un imperativo social y no en una elección consciente que uno hace. No quisiera demonizar tampoco Wathsapp. Por ejemplo, ha mejorado mucho mi relación -como no, otra relación más a distancia- con mis padres gracias a formas de cuidado a través de la imagen y no del texto, con el simple envío de fotografías que los hacen partícipes de mi vida a través de la representación que yo hago de ella con mi teléfono. De la misma manera, el texto es fundamental para mí a la hora de expresar mis sentimientos. Es una parte constituyente e irremplazable de mi dimensión afectiva. Para mí el amor es textual, con todos los peligros de los usos de la retórica como un subterfugio. Y aquí pienso en cómo la enunciación del amor es utilizada como un analgésico contra los problemas que van apareciendo en una relación de pareja. Seguro que reconoces ese momento en el que, exponiendo una problemática a tu pareja, esta te dice lo mucho que te quiere en un intento de dar por finalizado el conflicto, al menos durante un tiempo. El reconocimiento del amor se convierte en una táctica eventual y posiblemente perversa. Creo que en nuestras vidas digitales, las relaciones funcionan como una relación a distancia aunque nos veamos muy a menudo con la persona que amamos. O con nuestros amigos. Y por eso las rupturas quizás son ahora tan complicadas y dolorosas: porque la posibilidad de comunicarse con el otro está siempre ahí. No escribir al otro se convierte en el gran acto de resistencia contra la enunciación de un amor que habla desde el dolor y la ausencia. Romper una relación pasa por romper -o alterar mucho- la comunicación que antes se daba, por modificar o interrumpir nuestros hábitos digitales. Pensando en el flujo de datos que deriva del amor, creo que un sistema de representación de datos sería un retrato muy efectivo de nuestras relaciones.

La enunciación del amor es algo que ha cambiado en mí con los años. Nunca he tenido dificultad para decir “te quiero” dentro del marco del amor romántico, al contrario, pero sí dentro del contexto de una amistad. Recientemente he decidido ponerlo más en práctica, aunque no lo haya naturalizado del todo. Me asaltan preguntas cómo ¿quiero tanto a estar persona como para decirle” te quiero”? Y creo que el hecho de que me cueste decirlo y dudar de mis propios sentimientos antes o después de usar ciertas palabras, es un síntoma de cómo estoy atravesada por la construcción heteronormativa y romántica del amor. Mis emociones se han construido en base a la premisa de que el amor romántico tiene un carácter único que otras formas de amor no tienen y que es esa forma de amor la que es capaz de reactivar -o desempolvar- de tanto en tanto una frase como “te quiero”. Y aquí pienso en cómo decir “te quiero mucho” supone una declaración amorosa de menor intensidad aunque usemos un adjetivo que supuestamente habría de potenciar el significado de la frase. Creo que este presunto carácter único del amor romántico heterosexual también determina nuestras formas de contacto físico con otros cuerpos. Y que, a su vez, la espontaneidad física que sí permitimos y activamos dentro del ámbito de la pareja, incrementa el mito del amor romántico al creer que sólo con ciertas personas es posible romper las barreras físicas con las que nos relacionamos. El amor no se enuncia sólo con el lenguaje, sino con todo el cuerpo y su potencial gestual y físico. Y sin embargo, a pesar de todo lo dicho, la mayor enunciación del amor es la responsabilidad y la honestidad. Hacia ese amor, pero sobre todo, hacia el otro. Sin este aspecto fundamental, las formas anteriores carecen de un valor real.

¿Qué he aprendido del amor? Que no es neutro ni natural ni metafísico. Que, como mujer educada en la heterosexualidad normativa, mi práctica amorosa se basa en un desequilibrio que confirma y reafirma los privilegios del hombre. O que el amor puede llegar a ser una forma de colonialismo. Puedo afirmar que con el amor he aprendido cosas que no están relacionadas con una reflexión consciente sobre el mismo. Estar enamorado es (re)conocer la realidad a través de un otro. Hay incluso una situación de mímesis entre ambas partes que se manifiesta en el uso del lenguaje, en la forma de vestir, en la gestualidad, en los hábitos alimenticios, en los libros y textos que se leen, en los gustos musicales… Enamorarse es un devenir otro y quizás este es uno de los conocimientos que aporta. Pero en este devenir otro hay siempre una desigualdad entre las partes que nos hace vivir en primera persona los efectos de una sociedad patriarcal en la que los hombres tienen más privilegios que las mujeres y darnos cuenta de las relaciones asimétricas de poder que se dan dentro del ámbito de pareja. El final de una relación amorosa transporta una sensación de fracaso muy grande. Permanece el mito de que el éxito del amor es su duración indefinida, por mucho que la experiencia nos diga que esto es imposible. También hemos naturalizado que el amor implica sufrimiento. Como a tantas personas me han dicho “te querré para siempre”. Y no puedo negar el gran impacto que ha tenido en mí, por muy consciente que haya sido en su momento, advirtiendo incluso al otro de esta imposibilidad. La frase “te querré para siempre” no expresa lo que dice literalmente, sino más bien “te quiero tanto en el momento presente que me/te/nos gustaría pensar que podría ser para siempre”. La temporalidad indefinida se usa para medir la cantidad o intensidad de amor. Con el inconveniente de que, con esta frase, se lanza una promesa imposible de cumplir. Y las promesas incumplidas generan dolor en el futuro, cuando nos damos cuenta de que ese amor imperecedero que nos ofrecían, efectivamente, empieza a morirse. Nuestro fracaso individual se convierte, además, en el fracaso general del amor. Se me ocurre, sin con ello caer en el presenteismo de la ideología neoliberal, que no es la duración lo que determina la calidad de la vida en pareja, sino la calidad del tiempo en el que devenimos pareja (del tipo que sea) con alguien. Claro que este argumento no consuela mucho durante los períodos de ruptura (risas).

Al pensar en la performatividad del lenguaje, creo que Austin pone el ejemplo del “sí, quiero” del matrimonio. No obstante me parece más interesante el efecto performativo de la petición de matrimonio. Cuando una persona le propone a otra casarse con ella pone en crisis la relación que tenían hasta entonces. Las opciones suelen ser dos: o que esas dos personas se casan, o bien que rompen su relación porque una de ellas no quiere firmar ese contrato. Toda petición de matrimonio transporta una ruptura potencial en la que no hay vuelta atrás. ¿Quiero lo suficiente a esa persona como para casarme con ella? Con independencia del grado de amor que sienta, ¿quiero casarme con alguien? ¿estoy siquiera a favor del matrimonio?  No es posible volver al momento previo en el que esa frase ha sido dicha, como si no hubiese pasado nada. Me fascina como con una frase, aparentemente impulsada por el amor, puede darse el efecto contrario a través de la confirmación de que dos personas no se quieren de la misma manera o no tienen las mismas intenciones de cara a la conformación de su vínculo emocional.Tú, que trabajas con la performatividad más allá del amor, ¿cómo ves esta relación entre el amor y la performatividad? ¿cuál es la performatividad del amor? ¿hay amor sin performatividad?, ¿hay performatividad amorosa más allá del lenguaje?, ¿cómo puede ser la performance una práctica amorosa?

 

Melanie Jame Wolf, Matters of Touch

 

 

AN   What a surprise to open this google doc after such a long time and read you. I believe we started this conversation almost a year ago when things were different in many ways. Some friendships and love affairs we had have ended in the meantime, silence ensued. I think mourning and silence go well together. Just being with a sense of lack or with missing can be a way of letting go of control which we sometimes exude over others and ourselves through language. As long as it’s chosen and peaceful silence, not being silenced by someone, by shame or guilt. I can’t stand shame and guilt. I wish we could go without them.

Some months ago, at an artist talk in Bucharest somebody asked me if my love research has influenced my actual love life and I remember answering that “yes, it’s made my love life more difficult”. But actually ‘difficult’ is not the word, rather what has happened is that through spending time with those subjects I’ve come to accept that I’m fully responsible for the ties and relationships I create, that commitment  —be it to lovers, friends or work partners— is priceless, even when it’s short lived; that the narrative about feelings being real only when they last for eternity is really harmful; and also that there’s flexibility to our decisions. If you can free yourself from people and situations that fuck you up, do it. Maybe one day we’ll be able to free ourselves from, what bell hooks calls, imperialist, capitalist, white supremacist patriarchy which has certainly been fucking us up for a long time already.

 

I also feel that I am at a moment of imprecision and enjoying it. When you talk or research about love, there´s sometimes an expectation from others to define it, to take sides, as love is such a capacious term. So to answer your question about performance (or I would rather say, expanded choreography) being a love practice, I feel that in my work and life, in the last two years, I´ve been trying to sense and put in motion a range of feelings and affects that emerge whenever we work on different levels of proximity and alterity. To activate and organise them is part of building an artificial performative situation. Lately, I´ve noticed that a lot of those states have to do with sensuality and pleasure derived from my and my collaborators´ bodies, so non cis male bodies.

 

Another thing I´ve been practicing is researching the trio. I wouldn´t mind working on bigger constellations, but I guess I haven´t yet had enough resources to develop work with many collaborators. I find it more interesting than the couple unit not just because so much attention has already been given to the couple in all sorts of cultural representation but mostly because the flirt and transmission within the three is less obvious and more vulnerable from my point of view. You learn the relations, hierarchies and pleasures/ pressures as you go and as you see them escape fixation. All this given that the process has a limited duration and that play and experimentation are part of it. After all, there usually comes a moment when some fixation and routine is needed and desired, both in a process towards a work and in life. Decisions usually come and install a chosen order; they are sometimes made through language, so in actual discussions, but other times as in the work I just made for your curatorial cycle at Arts Santa Mònica through less talking and more touching, through being together physically. “A little less conversation, and a little more touch my body”, as Ariana Grande puts it.

I think that performance practice is a love practice both on and off stage, in the sense that care and intimacy have as much to do with the artistic proposal and non violent modes of collaborating with performers, as with working conditions and transparency. In the last years I´ve led three group projects and there´s still a lot for me to learn about collaboration and leadership, about how they coexist in a process. There are so many misconceptions about collaboration in the arts. I see a lot of idealization of horizontal structures without actually talking about boundaries and individual expectations. There seems to be an assumption that if we´re friends or lovers, it´s gonna work out. Then there´s this whole other murky terrain in which I and many other people find ourselves: when you invite collaborators, often friends, to your idea, to your fantasy and you try to practice non authoritarian leadership which you can only learn by trying and failing. What it means in practice is that all of a sudden you´re juggling multiple functions of a choreographer, sister, mother, accountant and producer, even though you usually introduce yourself solely as an artist. Lately, I’ve come to think that working with friends is actually more difficult. There´s this whole thing that I´m exploring nowadays, both practically and emotionally, of how to take agency or assume power if —as most people socialized as women— I haven’t received enough tools for managing and owning it. If there´s a clear byproduct of all this love research into performance so far, it´s the constant practice of complex, but delicious friendships with women and other people who can relate to our experience, even if these networks of love and support are often built on traumatic experiences of sexism, racism and many other -isms. Keeping each other company is lovely and challenging. I’m at a point at which “I have learned that to be with those I like is enough” (Walt Whitman).

Stills from a video work by Melanie Jame Wolf for “Matters Of Touch” by Ania Nowak