ENG “The personal is political” is a sentence we have read many times, we have written more than once, and which pops up in many conversations, thus reactivating its meaning across time and space each time it is uttered. Sometimes it works precisely because of the loss of meaning caused by that constant repetition. Other times it is propelled by our need to assert that our life experiences are not so much an individual and isolated matter, as they are a shared experience which stems from the ways in which our lives are organized and monitored socially. During one of the Political Therapy sessions which Valentina Desideri conducted as part of the Visceral Blue show, “the personal is political” ceased being a recurring meme to become something else entirely: an experience of the personal, but also an experience of the political, in which the body –my body– was actually present. The problem I brought to the table to be “treated” is something that not only worries me when I think about it, it truly affects me at an emotional level. It is the inconsistency between theory and practice, the schism between the things we say and the things we do, the way we self-represent ourselves through a rhetoric that continually contradicts our attitudes. How, for example, feminism becomes just another topic (in art), rather than a real practice in our relationship with others. After the Political Therapy exercises and a conversation with Valentina, one of the conclusions we reached, laughingly, was that my concerns, besides constituting a political problem, were rather a “tristezza”.
It was thanks to Valentina that I discovered black feminism – we shared and read aloud an essay by Audre Lorde with a eulogy of anger in which it is impossible to separate the political from the personal. Far from the customary intellectual abstractions, which deliberately leave personal experience aside while still aiming to have an effect on our lives, Lorde’s writings make use of a first-person perspective that has nothing to do with the insistence of ego. Anger as a socially inappropriate feeling was also the trigger for a group discussion organised by Valentina Desideri and Florencia Portocarrero in which we shared stories and situations about sudden bursts of anger. These kinds of situations are not totally isolated instances, but a reactivation of dormant feelings embedded in past experiences and emotions. During our esnorquel conversation, Valentina brought up a poem by Ntozake Shange entitled “sorry”, probably because of my overly apologetic tendency. “Sorry” almost becomes a crutch word in our speech sometimes. Again, the continuous repetition of routine apology points towards words losing their meaning.
Our conversation began with a line that Valentina has used in the past to define herself – a sentence a friend actually used as a reproach to her: “twenty-year-old on tour”. The definition stands miles away from the labels we commonly find ourselves reduced to. The labels we use to position ourselves within a professional framework and a set of interests in which we are constantly expected to know not only what we do, but what we want to achieve with what we do. We should at least be given the chance to admit that’s not always the case, or that not everything we do is interesting and transcendental. That we have the right to waste time. And to reject the notion that everything that’s not officially productive is essentially a waste of time. That in order to do something meaningful, we must also do many other seemingly secondary things. We are all of those secondary things that do not always show up in the public sphere. As Valentina says, the feeling of belonging to what we do can emerge in our most routine daily experiences: tidying up the house rather than working on a text or project. In a conversation they held, Stefano Harney and Valentina developed the concept of “fate work”, and considered the notion of using strategies in which not working did not actually result in extra work. Going over those ideas again during our exchange, Valentina established the difference between “doing” and “working” as a way to distinguish our commitment and emotional relationship with what we do. Here, the refusal to work is not so much a defence of laziness, or not just that, but the denial of a way of conceiving work as something that completely disregards us.
CAST “Lo personal es político” es una frase que hemos leído en muchos textos, que hemos escrito en más de una ocasión y que aparece en muchas conversaciones, reactivándose cada vez que la enunciamos a lo largo del tiempo y del espacio. A veces funciona desde la pérdida del sentido por esa repetición constante, otras desde la necesidad de afirmar que aquello que nos pasa no es tanto un problema individual y aislado como una situación compartida que deriva de los modos en que nuestra vida es organizada y monitorizada socialmente. Durante una de las sesiones de Political Therapy que Valentina Desideri llevó a cabo como parte del proyecto Visceral Blue, lo personal es político fue algo que dejó de ser una frase que se repite de vez en cuando para convertirse en otra cosa, en una experiencia de lo personal, también de lo político, en la que el cuerpo -mi cuerpo- estaba realmente presente. El problema que yo llevé para ser “tratado” es algo que no sólo me preocupa cuando pienso en ello, sino que me afecta emocionalmente. Y este es la incoherencia entre teorías y prácticas, entre lo que decimos y lo que hacemos, entre como nos autorrepresentamos a través de un discurso que contradecimos continuamente con nuestra actitud. En cómo, por ejemplo, el feminismo se convierte en un tema más (del arte) y no tanto en una práctica real en nuestra relación con los demás. Recuerdo que, tras los ejercicios de Political Therapy y la conversación con Valentina, una conclusión -entre risas- fue que mis preocupaciones, además de ser un problema político, eran una “tristezza”.
Es con Valentina que descubrí el feminismo negro a través de un texto de Audre Lorde que leímos juntas, pasándonos en voz alta palabras escritas por otra persona. Aquel texto contenía una apología de la ira donde es imposible separar lo político de lo personal. Muy lejos de las abstracciones habituales de los discursos intelectuales -que arrinconan la experiencia personal, pero que aún así persiguen un efecto en nuestras vidas-, los textos de Audre Lorde hablan en una primera persona que nada tiene que ver con la insistencia del ego. La ira, como sentimiento inapropiado, fue también el detonador para un encuentro organizado por Valentina Desideri y Florencia Portocarrero en el que compartimos anécdotas y situaciones en las que la ira aparece y explota. Situaciones que no son momentos aislados, sino una reactivación de situaciones pasadas que seguimos transportando. Durante nuestra conversación para esnorquel Valentina hizo aparecer otro texto, leyéndolo en voz alta, un poema de Ntozake Shange titulado “sorry”. Seguramente por mi tendencia -y la de muchos otros- a decir “perdón” continuamente, casi como un estribillo dentro de cualquier conversación. En la disculpa continua y rutinaria aparece de nuevo la repetición como pérdida del sentido de las palabras.
Nuestra conversación empezó con una frase que Valentina ha usado en el pasado para definirse y que partía del reproche de un amigo: “twenty-year-old on tour”. Esta definición, que partía de la percepción ajena, se distancia mucho de las etiquetas en las que nos vemos resumidos habitualmente. Etiquetas que existen para ubicarnos en un campo profesional y de intereses que nos pide que sepamos en todo momento qué es lo que estamos haciendo o queremos conseguir con aquello que hacemos. Existe -o debería existir- la posibilidad de reconocer que no siempre es así, o de que no todo lo que hacemos es interesante o trascendental. De que tenemos derecho a perder el tiempo, a rechazar la idea de que perdemos el tiempo cuando no somos oficialmente productivos. Que, para hacer algo con sentido, también tenemos que hacer muchas otras cosas aparentemente secundarias. Que somos todas esas cosas secundarias que no siempre aparecen en la esfera pública. Es más, como comenta Valentina, la sensación de pertenencia con lo que hacemos puede aparecer en las actividades más rutinarias o burocráticas. Limpiando en casa y no tanto escribiendo un texto para ser publicado o preparando un proyecto. En una conversación con Stefano Harney, ambos desarrollaban el concepto de “fate work” y la posibilidad de usar estrategias en las que no trabajar no derivase en otra forma de trabajo más. Al retomarla aquí, Valentina estableció la diferencia entre “hacer” y “trabajar” como una manera de distinguir nuestro grado de compromiso y nuestra relación afectiva con lo que hacemos. El rechazo al trabajo no es tanto una apología de la pereza -que también-, sino la negación de una manera de entender el trabajo y lo que hacemos como algo que prescinde de nosotros.