No recuerdo en qué momento Aimar Arriola y yo empezamos hablar con frecuencia de los dientes, de nuestros dientes. Esto tiene que ver con algo que le escuché decir al poco de conocernos: que empezar es algo que sucede en el medio. Esta idea me acompaña desde entonces y se une a otra de Daniela Medina-Poch que vendría tiempo después. Pensar como intersecciones aquello que habitualmente llamamos interrupciones. Porque muchas cosas que se le recriminan al habla son algunas de sus cualidades más valiosas. Entre ellas, hacer aparecer conexiones inseguras, inesperadas y viscerales. Hablar con la boca grande o con la boca pequeña es algo que hacemos con la tripa. En el habla no es posible volver atrás, como le escuché decir a María Salgado. También son expresiones que nos recuerdan que el cuerpo del lenguaje necesita del nuestro. Siento que poner el cuerpo, nuestros cuerpos, es algo que Aimar y yo hacemos en esta correspondencia hablada que tampoco empieza aquí y en la que nos movemos hacia atrás y hacia adelante guiados por historias y situaciones que compartimos.
En 2018 abrí un documento para empezar una conversación con Aimar. La idea, o el deseo, era hacerlo por escrito. El deseo, o la idea, era hablar desde nuestra relación los dientes. En el caso de Aimar, connotada. En mi caso, filtrada por el vértigo de una preocupación que nunca termina. Ocho años más tarde, decidimos volver a esta conversación desde el habla. Y hacer lo que llevamos tanto tiempo haciendo de manera privada: intercambiar notas de voz. Aimar, como Mafe Moscoso, las llama “postalitas de audio”. A diferencia de la escritura, el habla es más afectuosa con los diminutivos y con modos de decir que desbordan o contradicen las normas del lenguaje. Incluso cuando esas bocas aprietan los dientes de más por el estrés o mastican con aparatos de corrección. El bruxismo, un hábito inconsciente para tantas personas que conozco, aparecería ya en aquel documento de 2018. También lo harían situaciones que hemos vuelto a comentar con muchos años y kilómetros de distancia, habitando lugares que entonces no eran parte de nuestras rutinas diarias. En el caso de Aimar, Madrid. En el mío, Tokio. En 2018, cuando Aimar apenas llevaba un tiempo viviendo en Barcelona por segunda vez, tras varios años en Londres, yo me mudaba a Berlín para perder expectativas y ganar perspectivas. Todos estos lugares también se unieron a nuestra correspondencia de varios meses, hecha de reflexiones informales y situaciones mundanas. Sería precisamente en Tokio que llegaría a la conclusión provisional de que -al menos en mi caso- comer y pensar van de la mano. Y aunque creo que me olvidé de compartir esta intuición con Aimar, siento que esta conversación nuestra llena de empastes también se acerca a un pensamiento de tipo snack. Porque si bien los dos hablamos de manera diferente, ambos empezamos cosas sin terminarlas del todo. Como también tenemos una tendencia a morder en el detalle para entretenernos en algo mucho más grande. O un gusto por mezclar sabores diferentes dentro de una misma opinión. Al menos en el habla, donde nos contagiamos con mucha facilidad de las personas con las que hablamos. Y donde repetir no siempre es repetición, añadiendo palabras que son tanto de Aimar Arriola como de Itziar Okariz o de Yvonne Rainer…
Música y sonidos, apropiados y modificados gracias a archivos compartidos por quatricise, shimsewn, Audiometrage, ERH, ZHRØ, xkeril en Freesound.

