Los títulos de las exposiciones de arte emergente presentan una incógnita que sólo es posible resolver acudiendo al lugar de los hechos. Dado que los artistas que las integran no tienen un nombre que por sí solo funcione como reclamo expositivo -más allá del propio mundillo- y que los intereses del propio arte emergente distan bastante de centrarse en el capital simbólico de la onomástica del artista, en favor de las concomitancias productivas entre varios artistas, el resultado son exposiciones donde el protagonismo pasa de la veneración individual a lo plural de la generación.
Los grandes museos de arte contemporáneo tienden a producir exposiciones individuales porque trabajan con artistas cuya larga trayectoria permite ocupar considerables metros cuadrados del cubo blanco con su obra. El hecho de que el nombre del artista sea, casi siempre, el título de la exposición se debe a que dicho artista es ya una marca cultural y que la simple transcripción de su nombre funciona, a la vez, como reclamo mediático y como indicador de contenidos. Este título se completa con un epígrafe que encripta o descodifica las labores curatoriales, es decir, el específico eje conceptual en torno al cual se articula su producción. Pasado un tiempo, del nombre del artista, nos acordamos todos. De los subtítulos del comisario, casi nadie.
Los pequeños espacios expositivos que se dedican al arte emergente no van a ninguna parte si solamente yuxtaponen nombres de artistas que por sí mismos y fuera de una endogamia más o menos involuntaria no dicen nada o dicen muy poco. Quizás la carrera de un artista sea un tour de force para convertir el nombre de su pasaporte en una entrada en el diccionario de las formas estéticas. Quizás no. El caso es que, debido a lo abierto y equívoco –que no equivocado- de sus títulos, las exposiciones de arte emergente tienen un “algo” de enigma que al espectador le toca resolver. ¿Cómo? Acudiendo a la escena del crimen estético.
El lloc dels fets, en la Sala d’Art Jove, ya desde su propio nombre impele ciertas labores detectivescas. Pero aquí el investigador diligente no es nuestro escéptico de siempre, el espectador, sino el artista, sospechoso habitual que, ahora, se convierte en criminólogo. El resultado de los trabajos de Marta Burugorri, Paco Chanivet, Antoni Hervàs y Gerard Ortín se recoge en una exposición donde cada uno de estos cuatro detectives, de profesión artistas, delimita y analiza un territorio que le es cercano. El roce, además de producir afectos, produce efectos. Sin embargo, las hipotésis que plantean los cuatro están en las antípodas del carácter objetivo y quasi científico de la criminología. Que para eso está el arte: para hacer de la subjetividad una sapiencia.
Podría verse entonces El lloc dels fets como la oficina de un departamento de investigación extraoficial en el que los archivadores son pantallas y los documentos de papel dejan paso a la videoficción documental. Sin seguir el orden alfabético por el que se rigen los archivos, el primer caso con el que nos encontramos es el análisis del espacio doméstico que hace Marta Burugorri en sus 3 vídeos, como si de un homenaje al absurdo de lo cotidiano se tratase. 930 centímetros es otra manera de luchar contra el peor de los castigos de nuestro forzoso urbanismo nómada: la mudanza. Marta Burugorri lo hace ordenando los trastos de cada día alfabéticamente para mudarse al piso de enfrente. El trayecto que hay entre una casa y otra son esos 930 centímetros. En 8 playbacks en mi patio de cocinas la artista graba los sonidos que producen las acciones domésticas de sus vecinos, pasando a recrear situaciones posibles en el patio de su cocina que emitirían esos mismos sonidos. De ahí el playback. El último de los vídeos consiste en realizar tareas domésticas, como su propio nombre indica, Al revés y a la inversa.
En el arte emergente la reinterpretación filtrada por lo absurdo de las tareas domésticas fue un hit gracias a Actions at Home de los, una vez emergentes, David Bestué y Marc Vives. En el arte contemporáneo y en el apoteósico año 1968, Chantal Akerman hizo explotar su cocina en Saute ma ville. Seis años más tarde, en 1974, Martha Rostler uniría el espacio doméstico con el televisivo y con la crítica feminista sobre ambos en Semiotics of the Kitchen. Cuando un artista es una artista y, además, trabaja sobre el espacio doméstico, las cuestiones feministas y todos sus coletazos en homenaje post- se ciernen sobre el horizonte de la crítica de arte. Sin embargo, estas tres piezas de Marta Burugorri están mucho más cercanas a los modos de hacer de Vives y Bestué que al arte del activismo feminista. Y casi que se agradece, ya que realmente nos da igual si 8 playbacks en mi patio de cocinas, 930 centímetros y Al revés y a la inversa han sido realizadas por un o por una artista porque importa más una domesticación otra, desde el absurdo, de espacios tan codificados como el de lo doméstico. Y, para todos aquellos que estén saturados de tanta acción perfomática dentro del hogar, simplemente apuntaría que más saturados estamos de la pintura y no por ello pedimos que dejen de pintarse –y venderse- lienzos y más lienzos.
Gerard Ortín es un artista que va más allá literalmente, traspasando el umbral doméstico a la hora de realizar sus proyectos. No obstante, tampoco necesita irse muy lejos para encontrar material artístico. El jardín familiar, zona intermedia entre su casa de Vallvidrera y el bosque contiguo, funciona como un laboratorio experimental desde el cual analizar y examinar el mundo. Extraviándonos un poco, el jardín como concepto –y como realidad palmaria- es uno de los posibles resultados de la domesticación de la naturaleza por parte del hombre, el control sobre lo indómito. En un extremo estaría el parterre francés, cuya misión fue convertir la naturaleza en barroca tapicería sensorial; en el otro, el jardín inglés, donde todo parece casual pero nada lo es. En el trabajo de Gerard Ortín el jardín se convierte en una frontera geográfica y ontológica porque establece unos límites, tanto en la acción artística como en los conocimientos y resultados visuales que se derivan de ella.
Los dos vídeos que componen Budellera traspasan el territorio artístico habitual de Ortín, filmando y fotografiando de día y de noche el proceso urbanístico de su barrio, la Font de la Budellera. Ambos vídeos funcionan como las caras de una misma moneda y por ello se proyectan a la vez en dos paredes de la sala. Sin embargo, cada uno está filmado de una manera diferente: el diurno es un paseo entre amable y bucólico por calles a medio asfaltar, árboles, entrañables jabalíes, larvas menos entrañables, casas, lugares en obras con su maquinaria pesada; la grabación nocturna, si uno se deja llevar, provoca miedo y algún que otro sobresalto. Aquí, Gerard Ortín evidencia la teatralización de la escena apariencido deliberadamente en escena como director lumínico y compositor musical. Eso sí, a modo de sombra inquietante.
Aunque la filmación diurna no está exenta de cierto carácter documental, nada más lejos de las intenciones del artista. Porque no estamos ante un trabajo de sociología artística en contra de los habituales y agresivos procesos de urbanización que tienen lugar en Budellera y en tantas otras partes del mundo. El hecho de colocar en el mismo plano estético todos los elementos que la componen dejan bien claro que el interés de Ortín es, ante todo, una deriva estética y visual de ecosistemas donde el hormigón es potencialmente tan poético como una familia de jabalíes. Para aquellos que piensen que los procesos urbanísticos deben ser siempre criticados y no versificados en video, diré simplemente que hay veces en las que se agradecen la distensión estética y los corchetes del arte contra el mundanal ruido. Y también que cada espectador es capaz de adaptar una pieza artística a las conclusiones que más le plazcan, a veces muy a pesar de las intrucciones de uso del artista.
Si en el trabajo de Marta Burugorri el juego es un componente fundamental en su versión más lúdica –por si no se había mencionado antes-, Bulledera de Gerard Ortín tampoco se escapa al concepto gracias a la relación que establece entre los dos vídeos. El arte es un territorio donde el juego es capaz de convertirse en algo serio. La contradicción emerge cuando no muchos se toman en serio el arte. Respondía Cildo Meireles en una entrevista a la cuestión sobre la trascendencia del juego en su producción, que pocas cosas son tan serias como el fútbol. Meireles, por si alguien no lo sabe, es brasileño. Y el fútbol en Brasil es mucho más que un deporte. Antoni Hervàs es de Barcelona y sabe que el Fútbol Club Barcelona es mucho més que un club. Pero esto lo sabemos todos. Lo que no sabemos todos –o no sabíamos hasta ahora- es que la copa de la Liga de Campeones del 92 podría no ser un simple trofeo dentro del museo más visitado de Catalunya sino, nada más y nada menos que el Santo Grial. Uniendo el dream team, las hordas de hinchas, la novela artúrica, el monasterio de Montserrat, la antorcha olímpica, Himmler, Montserrat Caballé y el Camp Nou surge Més que un club.
Aunque es con una instalación como Antoni Hervàs presenta los resultados de su investigación, entre descubrimiento histórico y hallazgo mitíco, la entrevista-paseo (por el museo de Barça) que lleva a cabo una de las tutoras de la exposición, Julieta Dentone, se vuelve indispensable a la hora de entender todo el recorrido. Y casi que una parte más de la pieza. El primer mensaje que exhibe ufano el museo del club de fútbol más odiado por Mourinho es el archirrepetido eslogan “més que un club”. A esta sentencia le sigue otra menos célebre pero más reveladora: “Catalanitat, universalitat i democràcia”. Como Hervàs nos cuenta, existe una parte de la tradición artúrica que ubica el Santo Grial en Cataluña tras la caída de los cátaros en Montsegur. Sin embargo, descubrimos que el Santo Grial y la lanza sangrante estarían en el museo, pero bajo la forma de copa de la Champions y antorcha olímpica. La cosa no termina aquí. El comandante jefe de las tropas nazis, Heinrich Himmler visitaría el monasterio de Monserrat con el fin de robar el Santo Grial en alguno de sus ratos libres entre invadir Europa e invadir el mundo, motivo por el cual se hizo urgente y necesario trasladarlo a otro lugar de la orden artúrica. Y que mejor sitio que el Camp Nou. No obstante la urgencia, sería en 1992 cuando, con motivo de la borrachera general producidad por los Juegos Olímpicos y por la primera victoria del Barça en la Champions League, se daría el cambiazo. Justo en el momento en el que Monserrat Caballé cantaba a los cuatro vientos el hit olímpico.
Més que un club es una instalación compuesta por dibujos, un video y algún que otro objeto que, más allá de hacernos sonreir hacia dentro gracias a la lógica ingeniosa de Hervàs, nos habla en clave de leyenda artúrica acerca de la construcción social de los héroes y de los lugares sacrosantos. Porque la contemporaneidad está llena de mitos y los mitos se construyen del mismo modo en que Antoni Hervàs ha contruido Més que un club: entrelazando presente y pasado bajo silogismos posibles.
Este secreto de sumario público que es El lloc dels fets se cierra con Paco Chanivet y su apocalíptica Alternativa X. Si los otros tres artistas nos animaron a sospechar del espacio doméstico, de la representación de los lugares y del espacio del mito histórico, Chanivet nos invita a sospechar de los tres ejes que rigen la sociedad contemporánea: la religión, la ciencia y el poder económico-. Sin irnos de Barcelona, que es donde siempre estuvimos, aterrizamos en Plaza Cataluña. Con su Fnac, su Corte Inglés, sus fastidiosas palomas y su ejército de viandantes. Todo sería igual que siempre si no fuese porque Mordor acecha, nos vigila y rebautiza la plaza. Donde antes había un reloj que, además de marcar el ritmo del epicentro urbano anunciaba petulantemente un tal BBVA, ahora nos supervisa y custodia el ojo de Sauron, como prueba uno de los videos que componen Alternativa X. Sálvese quién pueda.
La instalación de Paco Chanivet es un cóctel dantesco que se sirve de la ciencia-ficción, las teorías apocalípicas y las teorías de la conspiración para sacarnos más de una carcajada. Pero quien ríe último ríe mejor. Y en Alternativa X se ríe de nosotros El Corte Inglés. Nuestro castizo Harrods de época franquista, tras anexionarse a la Liga de los Comercios Unidos (heredera bastardo de la ONU), ha conseguido finalmente que la moda sea una dictadura y el consumismo una necesidad biológica. En semejante locus amoenus nos domina a voluntad (y por falta de ella) la mencionada LCU, cuyos aliados y secuaces son los mass media y el Programa de Investigación de la Aurora Activa de Alta Frecuencia. Ésta, siguiendo los proverbiales eslóganes estacionales del centro comercial -“Ya es otoño/ primavera/ invierno/ verano en El Corte Inglés”- sería la encargada de manipular el clima con finalidades exclusivamente comerciales.
El vídeo, engalanado con algo así como una corona de flores donde se nos informa de todo lo anterior, se acompaña con lo que parece ser un escudo de la LCU. Pero como no sólo de capitalismo vive el hombre, Alternativa X se completa con la exposición de una facción del cristianismo postcreacionista: los vehementes. Este grupo religioso, cuya objetivo fundamental consistiría en hacer llegar al tercer mesías antes de tiempo, supo aliarse estratégicamente con las farmacéuticas para conseguir una regeneración de la especie humana que pasaba por su desinfección espiritual gracias a las palomas mensajeras. Chanivet presenta, así mismo, el pienso sobrenatural que lograría el triunfo de esta facción radical. Y de paso se inventa la ornitología transgénica. No recomendable para estómagos delicados y para detractores de la distopía.
Alternativa X emplea la ficción para advertirnos sobre la manipulación de los avances científicos y unos usos que distan mucho de ser neutrales, sobre las consecuencias del fanatismo religioso y sobre la inmensa adquisición de poder político por parte de las instituciones económicas privadas. Y el género que le viene como anillo al dedo es la distopía. Es cierto que muchos otros, antes que Chanivet llegaron a conclusiones semejantes, pero desde la literatura y no desde las prácticas artísticas. Y, desde luego, no con tanta gracia. Cuenta la leyenda, además, que Paco Chanivet tiene uno de los perfiles más prolijos de Facebook -nuestro evangelio hipertextual- en la Ciudad Condal, revelador de las tinieblas más profundas e insondables de Internet.
A modo de conclusión podría decirse que El Lloc dels fets es una de esas exposiciones de las que uno sale de buen humor a pesar de las fechorías que allí se presentan. Especialmente si se secunda el orden de artistas que sigue este texto. Se empieza por freír un filete de lomo al revés para terminar dentro de un Mordor postolímpico con palomas mortíferas. Pero en esta metamorfosis del artista en detective, sólo pedimos que al primero no le pase como al segundo y se cuestione si su campo de trabajo mere el título de carrera universitaria.